domingo, 11 de abril de 2010

Popocatépetl.


Estábamos Jorge y yo en la fnac de Madrid, delante de la estantería de poesía extranjera. Jorge cogía al azar libros desconocidos por él, y yo me sorprendía al comprobar que la mano del niño, pese a los seis años y a la arbitrariedad, ya elegía algunos grandes nombres. Atrapó a Verlaine —aquel libro de la editorial Nórdica— y le enseñé algunos dibujos y le leí algunas palabras; seleccionó a Wordsworth y le dije que hay un poema suyo, "Intimations of Inmortality", que contiene un buen puñado de los versos más lujosos y más brillantemente mentirosos que jamás he leído:

"Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas,
aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues encontraremos
fuerza en el recuerdo,
en aquella primera simpatía
que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre,
en los consoladores pensamientos que brotaron
del humano sufrimiento
y en la fe que mira a través de la muerte,
y en los años, que traen consigo las ideas filosóficas."


Finalmente, Jorge cogió un librito fino, con sobrecubierta, de los Marginales de Tusquets —ay, esas tendencias que matan—, del que yo había leído una reseña unos días antes. Se trataba de El trueno más allá del Popocatépetl, un poemario de Malcolm Lowry recientemente traducido por Juan Luis Panero que, dicho sea de paso, traduce como quiere, inventando versos y palabras, y lo hace bien.

Ya puestos, compré también Bajo el volcán, una novela también de Lowry, de relaciones a tres y alcohólicos destruidos y destructivos a la que, a propósito, aún no le he hincado el diente más por miedo que por abulia lectora. No hay problema, vendrán tiempos de mayores soledades y sirocos —porque todo puede siempre ser mayor y peor— en los que esta novela consiga destruirme como Dios manda (en el Antiguo Testamento, por supuesto). A propósito, es la segunda novela, junto a Los detectives salvajes, de Bolaño, en la que el mezcal está presente. Ya arde mi gaznate esperando a ese suicida líquido.

Aquí van algunos poemas de Lowry, quien, a propósito, confundió, en México, merced al alcohol vida y obra viviendo una historia destructiva con su primera esposa. Ya sabéis, cosas que pasan.

"Por el placer de morir"

Duros son los tormentos del infierno
y las llamas de su terrible fuego,
sin embargo, los zopilotes volando contra el viento
son más hermosos que las gaviotas
planeando con la primera luz del sol,
o los abanicos moviéndose monótonos
en los asilos, tejiendo su destino de sueños,
una esperanza que jamás volará tan alto
como vuela el horror de vivir.
Si la muerte puede volar, sólo por el placer de volar,
¿qué no hará la vida por el placer de morir?


"Amanecer"

Sobrio cabalgo hacia el nuevo y salvado amanecer
firme la rienda en mi mano
—nuevas las herraduras, todo nuevo—
en la teatral y sonriente llanura.

Sin cincha ni freno, libre como el cielo
cabalga mi corcel en el día
y al cielo le canto mi canción:
Ah, cómo han pasado los años, qué perdidos parecen
y qué remotas mis viejas hazañas.

Pero, ¿de dónde han salido esos cactus,
esos perros salvajes, los espectros que me rodean?
Debo regresar hacia la tierra del atardecer
galopando, galopando, galopando
sobre ese implacable caballo enloquecido
cuyos ojos no tienen párpados
y cuyo nombre es Remordimiento.


"Oración por los borrachos"

Señor, da de beber a todos estos que ahora se levantan,
destrozados, farfullando palabras desde el centro del infierno,
mientras espían a través de las ventanas
la espantosa realidad del día que comienza.


"El miedo como única compañía"

Cómo empezó todo esto y por qué estoy aquí
en el rincón de este bar con su agrietada pintura marrón
—mezcal, coñac, cerveza—,
dos sucias escupideras y el miedo como única compañía:
miedo de la luz, de la primavera, de la enfermedad,
de los pájaros y de los autobuses con lejanos destinos,
de los estudiantes que van a la carreras
y de las muchachas saltando con el viento en sus caras.
Solo, sin más compañía que el miedo,
miedo de la fuente y sus flores:
todas las flores que el sol ilumina
son mis enemigas, todas
en estas horas muertas. ¿En estas horas muertas?


1 comentario:

Anónimo dijo...

esto me da un poco de miedo... justo ahora, tú escribes el poema de wordsworth que yo ayer estuve leyendo, habiendo recordado días antes que tú fuiste quien me lo enseñó...

llamamos ya a freud?

though nothing can bring back the hour
of splendour in the grass, of glory in the flower.

eugenia.