lunes, 7 de junio de 2010

Caperucita y la Pantera Rosa.

Desde luego, a Caperucita Roja hay que respetarla, independientemente de lo rojo que se sea, incluso de si no se es rojo en absoluto. Nos ha producido solaz y esparcimiento narrativos en nuestra niñez; nos ha hecho aprender que, en el caso de tener una hijita pequeña y más o menos mona, nunca jamás hay que mandarla sola a un bosque en el que sospechemos que puede haber un lobo muy cabrón, por mucho que nuestra madre —la abuelita de la niña— se esté muriendo de hambre sola en la cama en mitad del susodicho bosque, que digo yo también que qué coño hace una vieja viviendo sola en el bosque, pero, vamos, eso es ya harina de otro costal; incluso el tal cuento de la Caperucita nos ha permitido engendrar alguna fantasía más o menos espuria según la cual determinada mocita de buen ver y de accesibilidad imposible se nos ponía a tiro con cestita y coletas y nosotros —que, por supuesto, representaríamos el papel del lobo cinco minutos (tirando por lo alto) feroz— nos la encontraríamos y lo demás, querido Horacio, es silencio.

En fin, a lo que iba, que el cuento de Caperucita es guay se mire por donde se mire. Y que te guste no significa que tú seas un revienta bragas ni que varees —en sentido estricto— a tu torda de turno a la primera desavenencia. Nada de eso. Te gusta y punto, y si, desde luego, vas a ser un hijo de puta en tu vida no se lo puedes achacar al cuento, sino a ti mismo y, como mucho, a la revisión de todos los capítulos de la serie V —la de los largartos alienígenas— innúmeras veces, y es que estar expuesto a la maldad sofocante de Diana no hay cristo que lo resista.

Bueno, pues el bueno de Pérez Reverte ha usado el cuento para ciscarse en los muertos (advertencia para lectores pujiedes: utilizo el lenguaje del propio señor Reverte) de los marmajosos que se la cogen con papel de fumar al hablar del sexismo en el lenguaje y otras zarandajas. Mismamente mi paisana Aído, que es que en Cádiz, como en botica, hay de todo, hasta ministros, ministras y menestras, oiga. Todo lo dicho debe servir para partirse el ojete con el citado artículo cuyo inicio os dejo aquí y os lo enlazo con la web del autor:

HOY ME HE levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita -un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente- le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado. (sigue)


Y, claro, si hablamos de Caperucita y de sus virtudes, la Pantera Rosa no se puede quedar atrás. Joder, ¡cuántos buenos ratos me ha hecho pasar la Pantera Rosa! Ya con el título de los capítulos la cosa prometía: "Mundo color rosa" o "El azul es rosa" o "Noches en rosa"... Y la Pantera puteando como Dios manda al tipo ese blanco de la nariz larga que era más soso que un Carrusel sin Paco González, ¡ay! Definitivamente, la Pantera Rosa es un icono de la modernidad y no hay más que hablar. Un poquito cabrona, todo hay que decirlo, porque al tipo de blanco lo ponía en el cien (mi madre dicis) y el muchacho siempre terminaba llorando y a puntito de cortarse las venas, blancas, por supuesto.

Pues Pérez Reverte también tiene otro artículo en el que, a propósito de la cosa no sexista, habla de la Pantera. Y eso, se mire por donde se mire, no puede ser considerado menos que una genialidad. Ahí va, niños:

NO SÉ DE QUÉ diablos protesto, a veces. Soy un gruñón bocazas, porque en realidad vivimos en un país fascinante. Según donde te sitúes, o lo haga el azar, lo mismo puedes echar la mascada por sotavento que rularte de risa o estamparle besos al vecino de barra. Yo mismo, cuando tengo sobredosis de telediario y me asomo a la ventana pidiendo que llueva napalm y nos lleve a todos a tomar por saco, me organizo a veces una terapia que funciona de cine: corro al bar más próximo, pido una caña y una tapa, miro alrededor y tiendo la oreja. Así, muchas veces, lo que veo o lo que oigo, las vidas que hormiguean a mi alrededor, la pareja que habla en voz baja cogida de la mano en la mesa junto a la ventana, el currante que se come el bocata, la señora que entra a pedir un café con leche después de pasar veinte minutos charlando con las otras marujas en la puerta del mercado, la peña considerada de cerca, en resumen, me suben el ánimo. Me reconcilian con la gente y con el escenario. Conmigo mismo, de paso. Como digo siempre, Sodoma y Gomorra, igual que Villacenutrios del Rebollo, están, si uno se fija, llenas de justos que las salvan. También de payasos que las animan. Que le dan vidilla al cotarro. (sigue)


Ahora que lo pienso, Caperucita y el tema del lobo nos han dado, además, otros dos grandes momentos: un poema de Luis Alberto de Cuenca y, a partir de ahí, una canción de La Orquesta Mondragón. Ya que estoy desvariando de lo lindo hoy, pues los voy a poner, qué cojones:

El de Cuenca desfasando en el Cervantes.




El Gurruchaga haciendo lo propio en una actuación en directo. No os perdáis las pintas ochentaras del personal. Ni a la Caperucita que sale, ésta plenamente actual y homologable.




Y, por supuesto, un capitulito de la Pantera.



domingo, 6 de junio de 2010

De picnic.


Sobre Iván Ferreiro no es la primera vez que hablo por aquí. Ya, cuando sacó su disco anterior, Mentiroso mentiroso, comenté qué sí y qué no de lo que me parecía. Ahora, cuando llevo todo el fin de semana —y más— escuchando su último disco, Picnic extraterrestre, todo —lo de aquel post, me refiero— sigue más o menos igual. Ahí va algo del nuevo material, las canciones que, por ahora, más me van llegando. Las hay muy buenas.

"Paraísos perdidos"




"Canción de amor"




Y el primer single, "Fahrenheit 451"