martes, 26 de abril de 2011

"El Golem", de Borges.

Cuenta la leyenda que en Praga, en la judería de Praga, el rabino Judá León creó una criatura llamada "Golem". Estos días, los 72 versos de Borges han estado acompañándome por Maiselova y alrededores. Ha sido todo un placer, como siempre.

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dió a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'

'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

sábado, 9 de abril de 2011

Días intensos, días tristes.


"El sol pegaba con fuerza, manchaba el cielo de amarillo iracundo, vengándose así de un mundo montañoso que en su ausencia se había quedado dormido y congelado."


Porque durante toda la novela es invierno y hace frío. La nieve se acumula en la casa pobre de los Bandini. El padre, Svevo, prefiero irse a emborracharse a los Billares Imperial. No hay trabajo en el invierno de Colorado para un albañil italiano. La madre, Maria, en casa, rezando el rosario macánicamente, afilando las uñas para cuando Svevo vuelva. Y los tres niños. Arturo, Federico y August. Uno pequeño, otro que va para cura y el mayor, Arturo, que se marchará a Los Ángeles e intentará ser escritor. Pero eso será en otra novela, no en esta. Esta es Espera a la primavera, Bandini y es la primera de la tetralogía dedicada por John Fante a su álter ego. En la segunda y más famosa, Pregúntale al polvo, Arturo ya está en la gran ciudad, malviviendo y enamorándose de una camarera hispana. "Se llamaba Arturo, pero no le gustaba y quería llamarse John. Se apellidaba Bandini, pero quería que fuese Jones. Su padre y su madre eran italianos, pero él quería ser norteamericano. Su padre era albañil, pero él quería ser pitcher de los Cubs de Chicago. Vivían en Rocklin, un pueblo de Colorado de diez mil habitantes, pero él quería vivir en Denver, que se encontraba a cincuenta kilómetros. Las pecas le cubrían el rostro, pero él lo quería limpio y despejado. Iba a una escuela católica, pero él quería ir a una escuela estatal. Tenía una novia que se llamaba Rosa, pero ella le tenía inquina. Era monaguillo, pero también un demonio que detestaba a los monaguillos. Quería ser un buen chico, pero temía ser un buen chico porque temía que los amigos le llamasen buen chico. Se llamaba Arturo y quería a su padre, pero vivía con el temor de que llegase el día en que pudiese darle una paliza a su padre. Veneraba a su padre, pero su madre le parecía una cobardica y una imbécil."

Tierna a veces, otras excesivamente florida y glucosa, turbia y desalentadora la mayoría, Espera a la primavera, Bandini arranca con trabajo pero crece a mitad y, hasta el final, sabemos que la sonrisa ya cínica y derrotada del joven Arturo lo acompañará toda su vida. Da igual que su noviazgo con Rosa solo exista en su imaginación —"oh, Rosa, por favor, no te mueras, Rosa. Quiero que estés viva cuando llegue. Ya voy, Rosa, amor mío"—, da igual que su padre fume puros caros en casa de otra mujer y él lo vea todo desde la ventana, mientras nieva. Todo eso da igual. Da igual también que Arturo Bandini nunca jamás vaya a jugar con los Cubs ni a superar récords lanzando la bola. Su mirada ya está hecha, construida, y le servirá para asumir las derrotas; para saber que todas las victorias, sobre todo aquellas que parecen definitivas, siempre son efímeras y, por tanto, dolorosas.

Pero es el mundo quien espera, Bandini, y la primavera está llegando. Levántate del césped y comienza a caminar. Aún te quedan muchas páginas.