viernes, 25 de julio de 2008

Sicalipsis pre y post mortem.


"Sólo tu corazón caliente, y nada más. Ahora que vienen los fríos de agosto, las lluvias. La ropa de abrigo, tan lejos yo, sin el calor tuyo al otro lado del mar. Vasos comunicantes que sean las olas. Que traigan las palabras, que se las lleven. Que lleguen, que se extravíen. Que no asciendan allí donde tú estás, que aparezcan en la bahía de Sidney, en el Estocolmo báltico, colándose en las películas de Bergman, en la playa del Palmar, sintiéndose gaditanas. Pero que te toquen, sí, que las oigas. Aunque sean susurros, apenas audibles. Espérate. No desistas aún. Presta atención. Aullarán, sonarán prepotentes, como a odio de Dios, si tú quieres. Desde la Patagonia, desde el Calafate y su glaciar Moreno, desde Iguazú, lanzándose al vacío de tu rastro a través de las cataratas.

Serán estas palabras las que te lleguen, saladas, nadadoras. Cansadas, pero certeras. Enriquecidas con las lenguas de los pueblos que las hayan hecho suyas, pasándolas de boca a boca. Y devueltas al mar, otra vez. Hasta la tuya, que es el destino pero nunca el final. Deshazlas en el paladar. Dasgástalas. Pero dalas tú también. Compártelas, rehechas. Sólo así serán verdaderamente mías, tuyas. De los otros. Todos.

Y cuando ya las hayas expulsado de ti, cuando las hayas aborrecido con el deseo de dos enemigos que se enfrentan, me serán devueltas, labradas y marítimas, cubiertas de algas y de ese reflejo tuyo que no eres tú, sino el tacto de todos los hombres que las usaron. Y entonces sabré que las tuviste, que las retuviste, que las desgarraste lentamente con tus dientes, con las uñas de tus ojos, con la fuerza acariciadora de tus manos de metal, con el roce de tus labios, los mismos labios que, en ese momento, estarán allí conmigo, en el transocéano."


No me negaréis que como ejercicio de retórica amatoria no está mal. Os lo regalo. Cambiad, si queréis, femeninos por masculinos, masculinos por femeninos, singulares por plurales, primeras personas por segundas, por terceras... Esto del amor -dicen, yo nada sé- es multiforme, polisémico. También podéis usar los textos que ahora os dejo. El caso es filosofear (neokantianamente hablando, claro).



Rayuela, capítulo 7, de Julio Cortázar. Ya usado por Alberto.



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.



"Las personas curvas", de Jesús Lizano. Descubierto por Fran.



A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva
y el movimiento es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
y los culos curvos,
los sentimientos curvos;
la ebriedad: es curva;
las palabras, curvas:
el amor es curvo;
¡el vientre es curvo!;
lo diverso es curvo.
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
la alegría es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
las naranjas: curvas
los labios: curvos;
y los sueños, curvos;
los paraísos, curvos
(no hay otros paraísos);
a mí me gusta la anarquía curva;
el día es curvo
y la noche es curva;
¡la aventura es curva!
Y no me gustan las personas rectas,
el mundo recto,
las ideas rectas;
a mí me gustan las manos curvas,
los poemas curvos,
las horas curvas:
¡contemplar es curvo!;
los instrumentos curvos,
no los cuchillos, no las leyes:
no me gustan las leyes porque son rectas,
no me gustan las cosas rectas;
los suspiros: curvos;
los besos: curvos;
las caricias: curvas.
Y la paciencia es curva.
El pan es curvo
y la metralla recta.
No me gustan las cosas rectas
ni la línea recta:
se pierden
todas las líneas rectas;
no me gusta la muerte porque es recta,
es la cosa más recta, lo escondido
detrás de las cosas rectas;
ni los maestros rectos
ni las maestras rectas.
A mí me gustan los maestros curvos
y las maestras curvas.
Y los dioses curvos,
¡libérennos los dioses curvos de los dioses rectos!
El baño es curvo,
la verdad es curva,
yo no resisto las verdades rectas;
vivir es curvo,
la poesía es curva,
el corazón es curvo.
A mí me gustan las personas curvas
y huyo, es la peste, de las personas rectas.



"Digo que yo no soy un hombre puro", de Nicolás Guillén.



Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas falta
saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.

Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro, ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado, donde
abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.

Punto, fecha y firma.
Así lo dejo escrito.



"Espantapájaros", de Oliverio Girondo.


No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero, eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.


sábado, 19 de julio de 2008

¡Que viene el Papa!


1997. "Segundo Encuentro Mundial del Papa con las Familias", así se vende la cosa, con el ruido de las mayúsculas incluido. "La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad", el lema del E(e)ncuentro. Millones y jóvenes abarrotando el estadio Maracaná. "¡Al lado de los jóvenes, la familia! Sí, porque, si es verdad que los jóvenes son el futuro, también es verdad que la humanidad no tiene futuro sin la familia", dice Juan Pablo II. 1997. Río de Janeiro. El Papa decide hospedarse para ese viaje en la Casa Arzobispal. La Casa Arzobispal está situada cerca, muy cerca de una favela. De la fevela de Turano. Aquí comienza Tropa de élite, la película brasileña que os debéis inyectar ya.


Una favela es, en Río de Janeiro, un barrio irregular en el que campan a sus anchas narcotraficantes y armas, en el que la policía, mayoritariamente corrupta, no se atreve a entrar y en el que niños más pequeños que vosotros sirven de coheteros (avisadores) o camellos. A Nascimento, capitán del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía), un tipo honrado y con una esposa a punto de parir, le es encomendada la misión de pacificar ese infierno para que "una bala perdida no se cargue al Papa", porque "ningún gobernante quiere encontrarse con el cadáver del Papa en su país". ¿Cómo se pacifica el infierno? Exacto. Con más infierno.

Violencia. Corrupción. Niños pijos que fuman porros y esnifan coca, que trafican con la mierda que compran al dueño de la favela (con el dinero de esa compra, el dueño compra armas para garantizarse su seguridad), niños pijos que montan su ong (con el permiso del dueño) para limpiar sus conciencias de niños pijos y sacar el material a mejor precio. Policías indignos. Degeneración. Violencia. Traficantes y desgraciados al por mayor. Más violencia. Armas. Balas perdidas. Y un puñado de policías honrados. Nascimento, Matías, Neto. Y el suicidio de garantizar la seguridad del Papa.

"Tropa de élite habla de la hipocresía que se vive en Río de Janeiro, que está sometida a la violencia. Aquí, si quieres ayudar a los niños de una favela, tienes que hacerte amigo de los narcotraficantes. Para hacer una cosa justa tienes que hacer una equivocada: si quieres ser miembro del BOPE para hacer cumplir la Ley, tienes que matar porque la gente está armada. Todo es gris, nada es negro o blanco, y todos conviven con este mundo gris como si fuera normal. Ésta es la crónica de nuestra cotidianidad, la guerra que vivimos". Son palabras de José Padilha, productor, coguionista y director de la película.

Se abren las puertas del infierno, esto es, del mundo real. Coged una bolsa de plástico, tendréis que hacerles el submarino seco (bolsa en la cebeza hasta casi ahogar). Coged un calibre doce, tendréis que reventarles la cara. Para acabar con ellos, tendréis que golpearlos hasta obtener la información. Se desmayarán, pero echándoles agua vuelven a despertar. Y golpes, de nuevo. "Habla -diréis-. Habla. Habla". Ellos no permanecerán quietos. Dispararán. Las armas que en otros países sólo posee el ejército son las mascotas de los traficantes en Turano. Tomaréis pastillas, tranquilizantes. Perderéis a vuestra familia. Os insensibilizaréis. Odiaréis. Resentimiento. Estaréis preparados para ser calavera negra, un BOPE.





Aquéllos que aspiran, a pesar de todo, a ser miembros de los comandos del BOPE, deben pasar un proceso selectivo. Así se entrenan para el horror de las favelas.






Tropa de élite está rodada con un estilo voluntariamente documental. Os propongo un juego. En realidad, es el diario El País quien nos lo propone. Aquí van algunas imágenes. ¿Podríais adivinar cuáles pertenecen a la realidad del laberinto de Turano y cuáles a la ficción de la película?

Y, para terminar, el tema central completo de la banda sonora. Dulces sueños, a todos.




Acabo de encontrar un enlace en el que podéis ver la película completa. La calidad no es muy buena, pero menos da una piedra.

sábado, 12 de julio de 2008

El día después de la guerra.


En Troya. El día después del final. Los griegos, vencedores; los troyanos, no. Ya sabéis, la historia de la manzana de la Discordia, del juicio de Paris tratando de discernir qué diosa, si Hera, Atenea o Afrodita, era la más bella, la promesa de esta última de otorgarle a Paris los favores de la mujer más bella y letal de la historia, Helena, si la elegida era ella, y, después, la guerra, pues Paris había abusado de la confianza de Menelao, rey de Esparta, y había raptado, luego de alojarse durante una noche en su palacio, a su esposa, Helena, de nuevo Helena, y la había llevado con él a Troya, creyéndose a salvo tras sus murallas. Y la guerra, que es muerte y héroes y sangre y lágrimas y el sabor agrio endulzando las mieles de la victoria y la derrota, así, a secas, y la guerra que es vida, vida o germen de nuevas guerras, de nuevos odios. Y, al final, el caballo de madera, la argucia, el engaño, y los griegos que entran en Troya y arrasan Troya y destruyen Troya. Y ahí termina (o comienza) la historia. ¿Nunca os habéis preguntado “y ahora qué” después de un final?

Ése es el punto de partida de Las troyanas, de Eurípides. Qué ocurre después del final de esta guerra, qué les ocurre a los habitantes de Troya, qué, sobre todo, a sus mujeres, botín de guerra para los griegos. Qué a Hécuba, reina troyana desposeída de reino, de marido, de hijos, de hijas, pero que mantiene intactos su dignidad y su deseo de venganza. Qué a Casandra, a Andrómaca, hijas de rey y de reina, la una entregada a Agamenón para que éste fuerce su virginidad, la otra obligada a presenciar el vuelo de su hijo pequeño desde las altas murallas de Troya al suelo duro, irreductible. Y qué a Helena, y habló Helena, en su monólogo hiriente-hirviente en el que se reivindicaba como juguete –uno más- en manos de unos dioses caprichosos, ¿culpables? con su juego de toda desgracia. Mujeres, muchas mujeres. Todas ellas, siempre, perdedoras en las guerras (salvo algunas en estos tiempos que corren, en los que, imitando la barbarie masculina, macha, también les da por alistarse en los ejércitos y guerrear por el mundo). Las guerras, siempre las guerras, sombras que nos recuerdan lo desposeídos que estamos del paraíso.

Anoche, en Mérida, en el Teatro romano de Mérida, asistí a la representación de estas troyanas, de sus desdichas, frustraciones y esfuerzos vanos, dirigidas por Mario Gas, uno de los directores más importantes del teatro español. Huelga decir que el marco, claro, era incomparable, y que más de dos mil años contemplaban desde las piedras la misma fuerza dramática que ha impulsado al ser humano desde que el mundo es mundo. Es el teatro, la mentira más verdadera jamás inventada por el hombre, más verdad, incluso, que la propia vida. En los tres grandes clásicos griegos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), al igual que en Shakespeare, se siente toda la fuerza de la literatura. Ahí hemos de comer sombra, de vivir o morir del todo, pues nunca somos tan humanos como cuando nos sumergimos en las pasiones de esos seres de mentira tan parecidos a nosotros.


Os dejo un fragmento. En él, Helena, causante de la tragedia y esposa de Paris, y Hécuba, madre de Paris y reina desposeída, discuten, en presencia de Menelao, esposo abandonado por Helena, sobre el origen de la guerra ya terminada. Sé que nada está claro, pero ahí están los libros. Salid ya en su busca.

HELENA:
Responderé anticipadamente a tu acusación, oponiendo mis cargos a los tuyos. Lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona. Dirás que ni siquiera he aludido a la huida de tu palacio. Vino protegido por Afrodita (deidad no despreciable) mi mal genio: Paris, el cual tú, el más descuidado de los hombres, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta a Creta y me raptó a la fuerza. Me acusarás, también, porque después de muerto Paris y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y encaminarme hacia Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas veces me sorprendieron en las fortificaciones descolgándome con cuerdas. ¿Cómo, pues, Menelao, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, ya que esta belleza mía, en vez darme la palma de la victoria, me ha condenado a dura esclavitud?

CORO:
Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.

HÉCUBA:
Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al verle, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tiene en ellas su raíz, y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas poseías en Argos, y al dejar Esparta esperabas que la opulenta ciudad de los frigios soportaría tus excesos, no satisfaciendo tus placeres en el palacio de Menelao. ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¡Qué espartano podrá asegurarlo! Sólo te cuidas de la fortuna, sólo a ella sigues, no a la virtud. ¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas desde las torres, indicando quizá que permanecías en ella contra tu voluntad? ¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su anterior esposo. Yo, incluso, te aconsejé así muchas veces: "Vete, mis hijos contraerán matrimonio con otras, yo te llevaré a las naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos y troyanos". Pero esto te desagradaba, y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el mismo cielo, cuando debías aparecer humilde y desaliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza afeitada y fingiendo modestia en vez de imprudencia, en expiación de tus anteriores faltas. ¡Oh, Menelao! no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole merecida muerte, como corresponde a tu dignidad.

miércoles, 2 de julio de 2008

Kafka y el Padre.


En Cádiz, en la Plaza de San Francisco, hay (o había, hace tiempo que no la frecuento) una librería de viejo, de segunda mano. En el controlado desorden de los anaqueles de la Librería Raimundo, que así es como se llama el sitio, se encuentran antologías de Lorca cohabitando con la Semana Santa de Cádiz en imágenes (edición de 1975) o novelones de Galdós cortejando estampas de la vida de la bahía. Allí, un día, encontré un curioso libro con textos de Cela sobre grabados de Goya y, también, el libro que ha motivado este post, Carta al padre, de Franz Kafka.

No sé los años que hará de aquello (quiero pensar que pocos y productivos), pero no había sido hasta estos días cuando, perdido en el inframundo de mi librería, he recuperado las ciento veinte pequeñitas páginas de la Carta. Franz Kafka es uno de los mejores narradores del siglo XX. Su producción no es extensa, apenas dos novelas, El Castillo y El proceso, otra novela inacabada, América, y unos cuantos relatos, algunos acabados, como La metamorfosis o En la colonia penitenciaria, otros inacabados o apenas esbozados. ¿Por qué, entonces, la consideración de Kafka como uno de los mejores narradores del XX? Para empezar, porque la literatura no se mide en cientos o miles de páginas (esta lección es la que muchos autores de novela actual se perdieron en el colegio), y, sobre todo, porque Kafka fue capaz de crear en sus obras un mundo en el que se retrata un temor inherente a todo hombre: la pérdida de control sobre los propios actos, el control de otros, indeterminados, sobre nuestra propia vida. De ahí el adjetivo kafkiano, que el DRAE define como "absurdo, angustioso", pero que, cuando hemos leído algo de Kafka, podemos definir como lo absurdo o angustioso de una situación en la que una persona se ve involucrada sin saber cómo ni por qué y de la que no puede salir por miedo a unas represalias no necesariamente evidentes ni verdaderas. No me negaréis que esto asusta.

Kafka y su padre no mantuvieron nunca buena relación. Eso, por supuesto, no es nada extraordinario. Quien más quien menos fantasea con la cariñosa aniquilación del padre (o del hijo). Lo llamativo viene del hecho de que Kafka escribiera una extensa carta a su padre explicándole con calma, pero con una dureza infinita, por qué nunca se habían soportado, por qué nunca llegarían a soportarse. Como todos los buenos observadores de la realidad, el autor checo no pretende ofrecernos la relación maniquea entre dos personas y, por tanto, la clara culpabiblidad de una de ellas, sino que es precisamente la frialdad y la equidistancia lo que más nos llama la atención de estas páginas. Kafka, un nino introvertido y temeroso, un hombre traumatizado por la relación con su padre, analiza fríamente, sin autoindulgencia, la vida con su padre, narra, con un deje infinito de pesar, el odio hacia su progenitor, ante el que siempre se sintió inferior.

Así son muchas veces las relaciones entre padres e hijos, también en las parejas. Así suelen ser las relaciones en las que existe dependencia. Francisco Ayala lo expresaba certeramente en Los usurpadores, "el poder ejercido por un hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación". Cabe preguntarnos si son posibles las relaciones humanas sin esa dependencia, sin ese poder, sin esa usurpación. La de Kafka y su padre, desde luego, no lo fue.

Os dejo a continuación cuatro extractos de la Carta. Observad cómo el uso de la segunda persona dota de una cercanía de diamante a las palabras de Kafka. Imaginaos al padre delante, leyéndola.

"Tu opinión era la correcta, y cualquier otra, absurda, exagerada, insensata, anormal. Tu confianza en ti mismo era tan grande que no necesitabas siquiera ser consecuente para que no dejaras, sin embargo, de tener razón. Podía suceder también que acerca de un asunto no tuvieras opinión alguna, pero entonces todas las opiniones que fueran posibles con respecto a ese asunto tenían que ser falsas sin excepción. Podías, por ejemplo, despotricar contra los checos, después contra los judíos, y esto en cualquier sentido, sin discriminación alguna, y al fin no se salvaba nadie, excepto tú. Asumías ante mí el enigma de los tiranos, cuyo derecho se funda en su persona y no en la razón. Por lo menos, así me parecía."

"Todos mis pensamientos se hallaban bajo tu poderosa presión, incluso también aquellos que no coincidían con los tuyos, y especialmente éstos. Todos mis pensamientos en apariencia independientes de ti, llevaban desde el principio el peso de tu veredicto adverso; soportar esto hasta su desarrollo, completo y permanente, era casi imposible. No me refiero aquí a ninguna clase de pensamientos elevados, sino a cualquier asunto pequeño de la infancia. Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta
fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa."

"El mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía por qué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tú exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor."

"Acostumbrabas a decir, como amarga broma, que nos iba demasiado bien. Pero esa broma no era tal, en cierto sentido. Lo que tú debiste conquistar mediante la lucha, nosotros lo recibíamos de tus manos, pero la lucha por la vida, que a ti te fue accesible de inmediato, y que por supuesto nosotros no podemos tampoco eludir, tuvimos que enfrentarla más tarde, en la edad adulta, con armas infantiles. No quiero decir con esto que nuestra situación sea necesariamente más desfavorable de lo que fue la tuya entonces. Es más bien igual (sin comparar, lógicamente, las disposiciones básicas); nuestra desventaja sólo consiste en que nosotros no podemos vanagloriarnos de nuestra miseria, ni humillar a nadie con ella, tal como tú lo has hecho con la tuya. Tampoco niego que me hubiera sido posible disfrutar verdaderamente de los resultados de tu grande y exitosa labor, que hubiera podido aprovecharlos y continuar tu obra, para tu felicidad, pero a ello se oponía nuestro distanciamiento. Yo podía disfrutar lo que me dabas, sólo que acompañado de vergüenza, de cansancio, de debilidad, de sentimiento de culpa. Por eso, sólo pude agradecerte como un mendigo y no con hechos."

Os hablaba más arriba de otras obras de Kafka. De una de ellas, El proceso, existe una versión cinematográfica dirigida por Orson Welles y protagonizada por Anthony Perkins. Al comienzo de esta versión, encontramos uno de mis relatos favoritos de Kafka, Ante la Ley. Este relato siempre me resultó desasosegante, de principio a fin. A ver qué os parece a vosotros.