sábado, 10 de mayo de 2008

Títeres sin cabeza.

En Todo lo demás, Woody Allen le dice a Jerry Folk, un cómico joven amigo suyo, que los hombres siempre han necesitado chamanes, confesores o psiquiatras para que les dijeran qué hacer, cómo pensar. En efecto, en el ser humano se observa una tendencia (suicida en muchos casos) a la autoimposición de dioses -religiosos o laicos, qué más da- para que sean éstos quienes marquen qué se debe hacer y qué no y, lo que es peor, para que sean estos propios dioses quienes eximan al hombre de la responsabilidad en sus errores. Como mecanismo de impunidad he de reconocer que no está nada mal, aunque todo falla si nos damos cuenta de la impostura. Y nuestra inteligencia, mal que nos pese a veces, tiende a detectar falacias redentoras, promesas mesiánicas.


Todo lo anterior viene a cuento de la última obra de Els Joglars, un grupo teatral catalán nacido en 1962 y dirigido por Albert Boadella. Tanto Els Joglars como Boadella están avalados, pues, por más cuarenta años de profesión. Durante estos cuarenta años han usado el teatro como plataforma crítica: primero dirigieron sus críticas contra el franquismo, su caspa intelectual y su saña censora (esto le valió a Boadella la cárcel); ahora, siguen reaccionando contra otros atropellos. En concreto, en su último montaje, La cena, a cuyo estreno asistí ayer, critican duramente "el gran negocio del medioambiente y la frivolidad política sobre un tema que afecta a toda la humanidad. El disparate se halla en el constante estímulo de una política de consumo compulsivo que al mismo tiempo provoca el supuesto cambio climático mientras se proponen simulacros de lucha por un mundo sin contaminación". Ahí es nada.



En La cena, España es la anfitrionada de una cumbre mundial sobre el cambio climático. El Gobierno español, por tanto, es también el encargado de oficiar la cena de clausura de esta cumbre, y contempla esta organización como una oportunidad única para mostrar al mundo su preocupación por las cuestiones medioambientales. Para esto, contrata a un famosísimo cocinero de renombre internacional, el Maestro Rada, magistralmente interpretado, una vez más, por Ramón Fontserè, especialista en "cocina sostenible y respetuosoa con el medio ambiente". Ni que decir tiene que tras este cocinero se esconde una crítica a toda la nouveau cousin, a Ferrán Adriá y todos aquellos que pretenden hacer filosofía cara del noble y necesario arte del buen yantar. A partir de esta contratación, la locura no tendrá freno.

Hablaba en el primer párrafo de los dioses, religiosos o laicos, que el ser humano se autoimpone. Els Joglars pretende con este montaje criticar irónicamente -si queréis sabes qué cosa es la ironía hay que ver a estos tíos actuar- a toda esa cohorte de visionarios, profetas, apóstoles o mesías de la catástrofe planetaria que se llenan las bocas -y los bolsillos- con la predicación del holocausto mundial al mismo tiempo que fomentan políticas hiperconsumistas. Por el espejo deformante de La cena pasan todos: Zapatero y su "Alianza de Civilizaciones", Al Gore, Carla Bruni y Sarkozy, el Dalai Lama, el Papa, Suso de Toro, Benedetti y, en general, toda la progresía reaccionaria de este y de otros países. Títeres sin cabeza.

Els Joglars nos ofrece un ejercicio impagable y difícil de encontrar hoy: la crítica irónica, la mordacidad, la honestidad, la ausencia de amos que dicten normas y sermones... y, sobre todo, Els Joglars nos ofrece teatro del bueno, arte. Hablaba en el post anterior de Dario Fo. Boadella y su grupo son otros de los reductos que quedan para no apestar a hipocresía. Están en Sevilla, en el Teatro Lope de Vega, hasta el día 18 de mayo. Id. Ya. No hay excusas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el comienzo de la obra, Pablo, pero luego decae en una complicada, y algo aburrida, crítica a los tartufos de la nueva cocina que en el fondo no es más que la crítica misma de toda la obra: vivimos en un mundo de tartufos que pretenden enmascarar con complejas fórmulas la espléndida sencillez de lo más hermoso de la vida para ocultar así su total desconocimiento de las cosas o sus intereses más inconfesables.
Al final quedan poco cohesionadas las dos partes (en realidad cuatro). La preparación de la cena la salva, para mí, el actor: Fontseré merece una vuelta a hombros por todos los teatros del mundo.
De todos modos, y a pesar de lo que he dicho, me divertí y disfruté con la obra de no ser por el p... palco 1º del segundo anfiteatro que me hizo estar en un escorzo barroco durante toda la función para ver el escenario.

Fran Pavón