domingo, 13 de febrero de 2011

Maldito a los 20.

Los estragos de una noche hablando de poesía son claros y están bien descritos en los manuales: a la mañana siguiente, quieres seguir hablando de poesía. Pero ya hay luz —amenaza lluvia, según nos han venido diciendo los hombres del tiempo toda la semana—, no todos los gatos son pardos ya, El perro andaluz está cerrado a estas horas y ninguna colgada se va sentar a tu lado para confirmarte que, en efecto, está colgada. Además, hace frío en el salón, tengo que volver esta tarde al exilio y, como diría Max, estoy masticando ortigas desde que me desperté. ¿Cuál es la alternativa? Vaya por delante que no hay cuerpo hirviente en el que sumergirse ni tan siquiera compañía a la que contar la última calvatruenada de ayer. Así que, en efecto, lo has acertado: más poesía.

A Félix Francisco Casanova lo conocí en un programa de Radio 3 el año pasado, mientras conducía. Lo vendieron bien, desde luego. Reconozco que es muy fácil venderlo bien. Hablaban de sus poemas, de su precocidad en la cosa, de una novela con título inquietante, El don de Vorace, y, por supuesto, insistían continuamente en que murió con veinte años, en llamarlo "el Rimbaud canario", "el verdadero maldito de la literatura española" y cosas de esa guisa. Él, desde luego, poca culpa tiene de eso. Uno vive lo que puede o lo que le dejan, hace lo que se le ocurre mientras tanto y, después, tienes suerte si el usufructo de tus despojos cae en buenas manos, incluso en buenas bocas.

El viernes, además de comprar dos libros de John Fante, también cogí una antología de Casanova publicada en la editorial Demipage, Cuarenta contra el agua. Pruebas irrefutables de que la editorial quiere, como mínimo, recuperar lo invertido y de que a este poeta es fácil venderlo bien son las citas que trufan la contraportada del libro. Las hay de todos los colores y de todos los nombres. No me resisto a mostrar una de Juan Cruz —Víctor cuenta un chiste muy gracioso a propósito de dos aviones que se cruzan y Juan Cruz, pero yo no tengo gracia para contar chistes—: «¿Una promesa? Mucho más que eso: era el aire posado de una literatura insólita que llevaba hasta en los ojos.» En otra Molina Foix lo relaciona con Nick Drake y se va comprendiendo ya que no se trata, precisamente, de gente milikesca, sino de personas tristes y depresivas, que es como tienen que ser los poetas. Como dice la wikipedia, "según la versión oficial, su muerte se debió a un escape de gas mientras se bañana en su domicilio".

¿Y los poemas? Pues poemas muy buenos de un autor atormentado de veinte años. Es importante tener en cuenta estas dos características. La tormenta es de manual y los veinte años, también. Es de suponer que lo segundo se le habría curado con el tiempo. Lamentablemente, no lo tuvo.

En definitiva, incluso para los malditos —en esta nómina caben todas las calidades— es difícil abstraerse del peso de lo poético. ¿Quién lo hará?


Si nos destrozamos en una pesadilla
que no tenga ni pies ni cabeza
y con el corazón dando tumbos sobre las piedras
me obligas a llorar por ti,
a recoger las vísceras que dejas por el camino,
es entonces cuando me echo a dormir
a tomarte en algún sueño,
pero surge otra pesadilla
que tiene pies y cabeza,
algo así como la vida,
y es ahí donde acabas
de destrozarme.


A veces, cuando la noche me aprisiona
suelo sentarme frente a una cabina telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas.


Suelo quedar dormido
mirando la luz de una vela,
en mis sueños la llama incendia la noche
que cae como el telón al final de una tragedia,
el fuego sigue creciendo como un niño interminable,
en el sótano perecen los fantasmas olvidados
y en las calles sin salida
mis amigos se agolpan temblorosos.
Esa música crujiente
que avanza como un ejército de muertos,
el viento inflamable que destroza las estaciones
como la coz de un caballo en libertad,
así de fuerte es mi venganza,
así me ahorco con la soga del campanario
para que os persiga la música de metal
que mata.
Y nunca más haréis el amor
ni oleréis ese manjar que es el agua.
Pero cuando el tren del sueño
se detiene, es imposible describir
la tristeza que retorna a mis ojos,
testigos ridículos de ese trozo
de cera que se está consumiendo.

2 comentarios:

Rosa dijo...

No sé qué habría pasado cuando el tiempo hiciera lo suyo, pero leyendo lo leído, francamente, prefiero el Pink moon.

Unknown dijo...

Pesaíllo el chico, un poco atolondrado y, para colmo, a veces lastimero. Poco creíble ("como la coz de un caballo en libertad,
así de fuerte es mi venganza")y muy vendible el arte de imitar el malditismo. Me suena a posturón: vas a tener razón con lo de lo poético.
PD: Y podría haberse acercado al peluquero para la fotito. Vaya melena ochentera.