martes, 30 de diciembre de 2008

Confidencias (II). Amor más.


Era la disputa de siempre: Betis o Sevilla. Jugadores, tópicos aprendidos en las retransmisiones, pátinas sentimentales bajo las que ocultar la inefable felicidad de que el balón entre o no. Música suave para el atardecer de un lunes. Medias pintas de Guinness —omito el pleonasmo— circunvalando distancias entre las cuatro esquinas de la mesa. Kanouté, Mehmet Aurelio, el primo guapo de Álvaro. Y La ciudad allí tirada, en mitad de vosotras dos. Cerradas, aguardando el instante en que os eligen, así son las letras. Tú te dejabas mirar por Karmelo; tú te dejabas tentar por sus páginas. Antes o después, La carretera, Hierro3, La princesa Mononoke, Lolita. El premio a un mes de trabajo en la librería de tu tío; nuestra conversación de viernes mientras te decía cómo me había impresionado la película de Kim Ki-Duk, esa bellísima escena final que nos dejó sin palabras (apuntado quedó el título en el móvil); la escena del jabalí pútrido impresionando los ojos de una niña; luz de mi vida, fuego de mis entrañas.

Acercando vuestras manos. Resulta raro abrir un libro en un bar un lunes a las siete de la tarde. Pero la gloria de la sístole-diástole únicamente está reservada a las que se arriesgan a abrir puertas en lugares ignotos. Os veía en la distancia de los poemas: la absorción de la tinta iba manchando vuestros ojos pretodo. ¿Quién es este tío, Pablo? ¿Te pasa algo? La ciudad, con ser la ciudad, en unos cuantos versos de arte menor (o mayor) cabe. Y en los cuatro ojos que la miran, reedificándola con el movimiento de vuestros labios mientras la leen.

El tiempo del amor más. Anverso-reverso del menos. Ciclo agridulce de esta joda-fiesta brava. Vivir. Os estará tocando todo esto. No os apresuréis, os seguirá tocando. Pero apuradlo hasta el fondo. No hay otra cosa. Los demagogos siempre son atractivos (aunque, afortunadamente, en ese reino caben otras tipologías). Os enamoraréis de varios de ésos. Suerte la suya. Os romperán el corazón, esos mismos u otros. Alguno también romperéis vosotras. No será cosa vuestra, vale, pero tratadlo bien. Echarse a amar y volver con la boca partida es un acto de valentía que nunca debe ser despreciado (aunque él sea feo, torpe, calvo y no levante más de dos palmos del suelo).

Hay dos cosas dignas que se pueden hacer con un libro. Una, leerlo. Otra, robarlo. ¿Te lo robo? Anda, llévatelo. Un beso a las dos.


"La leve sombra"

La leve sombra que proyectas
sobre la sábana recién inaugurada,
es un país tranquilo, acogedor,
donde se hospeda
—por pura complacencia—
toda la luz del mundo.


"Las mujeres" (poema para Juan)

No sé qué tienen
—además
de lo que tienen—, pero
sin duda
es mágico.
Capaces
con un mínimo
gesto
de hacerte desear
no haber nacido nunca
en un instante
y que al siguiente
te arrojes a sus pies, pasan
siempre de largo.
Sus miradas
desarman.
Sus caricias
te pueden reducir
a un pobre
imbécil. Son
como el alumbrado
de la vida.
Las mujeres. Lo máximo.


"Una mujer"

Una mujer
a la que no sólo
no le falta
de nada, sino
que tiene para dar y tomar
de todo lo que a los hombres
—por mucho que digamos
lo contrario— tanto nos gusta
en las mujeres:

feminidad, sutileza,
clase, buen humor,
ternura,

y una carcasa alucinante.

Ésa eres tú.


"Acaso hace falta más"

La oigo subir por la escalera,
es ella, pienso,
estoy seguro,
sólo ella es capaz
de sacarle esa música
al cemento,
ya está aquí,
abro la puerta, la ayudo
con las bolsas:
pan, jamón,
cerveza, café, queso...
comemos
y nos reímos un rato
del mundo.

¿Que por qué?
Ni lo sé
ni me importa.
Es miércoles,
tres de marzo,
un día gris, oscuro,
sin historia,
un día de perros, sí,
pero estamos enamorados.
¿Acaso hace falta más?


"Así sí"

Te digo que te quiero,
pero no te suena
bien.
Vuelvo a intentarlo
con más énfasis,
pero tampoco te convence.
Nos miramos
un rato,
en silencio...,
y rompemos a reír
a carcajadas.
Pero en qué estaría
pensando.
Que se vayan al carajo
las palabras.
Te acaricio largamente
las piernas,
y te beso en la boca,
y te muerdo la nariz,
y... tú
me dices que así sí.

martes, 9 de diciembre de 2008

Confidencias (I). Amor menos.


Como esperando se me acentúan los sentimientos de estupidez e inutilidad, entre otros, antes de salir del piso de Víctor me echó mano un librillo al que llevaba observando en la estantería desde hacía tiempo. Primero me llamó la atención por la portada con tonos verdes. Después, porque el autor tenía nombre vasco, Karmelo Iribarren. Y por el título, La ciudad. De todas formas, poco habría importado todo si no me moviese también el snobismo vomitivo de conocer a un poeta nuevecillo y fardar de eso sacándome un par de versos suyos en una conversación, en un bar, jugando al intelectual marchito para epatar a alguna torda o, si me apuráis, incluso a algún jambo (o a algún amigo, si no hay otro remedio). El caso es creer que uno impresiona con estas cosas. Sí, así de vacío estoy.

Pues bien, me pongo el abrigo —me da un toque más underground y me acerca más a la imagen (otra falacia mía) que pretendo dar de mí mismo—, cojo el coche y me voy al aeropuerto, a esperar, y dispuesto a pasarlo en grande sintiéndome estúpido e inútil pero, eso sí, diciéndole al mundo ahí os jodéis que yo tengo mi poeta y vosotros no. Como si al mundo le importara algo esto. En fin, las cosas.

Claro, con ese título, La ciudad, los versitos no podían ir más que de lo que iban: de la ciudad, de poeta urbano, con bares, barras, tías, tíos, alcohol, lenguaje postmoderno, referencias culturales para ser guay, de cinismo y jueguecitos de palabras, de ser un poquito maldito pero también un poquito adorable, de ser sufridor gratuito y cabrito entrañable, de jugar a ser madurito-atractivo-desaliñado-peterpan-virgencitaquemequedecomoestoy... En fin, de toda esa porquería que yo intento. Joder, cómo nos eligen los libros. Qué asco.

Y como mi padre me enseñó a llegar a los sitios con antelación, tenía cuarenta minutos de espera. Cuarenta minutos que, por otra parte, me tocaría pagar en el parking. Pero bueno, yo tenía mi libro y tal. Me siento para que se me vea pero sin que se note (claro, uno juega a pasar de todo pero quiere que lo miren). Y me pongo a leer. Aquí van algunos poemas, con comentario, alrededor del tema del amor que se va a hacer puñetas, algo que, por otra parte, es lo que le suele ocurrir al amor la mayoría de las veces. Espero que ya, a vuestra tierna edad, lo estéis probando —y sufriendo— a base de bien. ¿A que se pasa de maravilla? Ea, pues bienvenidos. Ah, he seleccionado los poemas en orden cronológico: desde el hastío inicial al desconocimiento final, pasando, por supuesto, por la ruptura. Así queda más dramático y veis que todo lo que es susceptible de empeorar siempre termina empeorando. Venga, al lío.


"El principio del fin"

Mientras ella se desnuda
poco a poco, incendiando
la alcoba,
él
—absorto en la pantalla,
ajeno por completo
a la deflagración—,
se juega mentalmente
un carajillo
a que el malo es el juez.


Claro, ahora pensaréis que si ella (o él) se desnuda, nadie puede estar absorto en ninguna pantalla de televisión, por muy granhermano o sellamacopla que se ponga la cosa. Jajaja. Daría igual que cayera muerta (o muerto) en ese mismo instante. El tiempo hace preferible a maríadelmonte o a anasosaquintana en lugar de la torda (o del jambo) que dijimos amar una vez. Eso, las cosas.


"Lo peor, lo más triste"

No sé si soy
feliz,
si verdaderamente
lo he sido
alguna vez;
aunque creo que no.
Y a ti te ocurre
otro tanto,
me consta.
Pero no es esto
lo peor.
Lo peor del caso,
lo más triste,
es que ya
ni siquiera
nos importa.


Consecuencia de lo anterior. Porque esas cosas se notan. Sí, claro, nos hemos buscado la excusita de "estamos pasando una mala racha" o "una mala temporada" para no decirle a quien tenemos enfrente que la cosa se acaba y que, en la medida de lo posible, lo infiera ella misma y se las apañe como pueda. Lo que no alcanzamos a comprender la mayoría de las veces es que quien tenemos enfrente está tratando de hacer con nosotros exactamente lo mismo. Pero, vamos, forma parte del juego y así van tirando las cosas.


"Sinceridad"

Querías sinceridad sobre todas
las cosas. Que entre nosotros
—dijiste—, nunca se interpusieran
perfidias ni secretos. Que la duda
no arraigase jamás en nuestros
corazones. Querías sinceridad
a cualquier precio. Y que yo
sepa, eso es lo único que hice,
ser sincero, cuando te dije
que me lo había hecho una noche
con tu amiga. No entiendo,
pues, a qué vienen ahora esos
insultos, ni esas miradas torvas,
ni esas lágrimas. No entiendo
de qué vas, sinceramente.


Venga, otro topicazo: "Tenemos que ser sinceros. Nos lo tenemos que decir todo, cari, gordi" (ojo al parche con los vocativos). El que dijo esto por primera vez estará en el infierno junto a Hitler y Goebbels, seguro. O debería estarlo. Pero, vamos, cualquiera dice que no. Hay que pasar por el aro. El caso es que ser sincero para decir "te quiero" es lo más fácil del mundo. Otra cosa es serlo para decir lo que confiesa el del poema. ¿Veis?, ahí ya no es lo mismo. Me da a mí que las sinceridades no se valoran de la misma forma. Pero, vamos, que hay que ser sincero no voy a ser yo quien lo niegue.


"Ya ves, nada"

«No te vayas, no me dejes así»,
te hubiese dicho entonces.
Pero no dije nada, sin embargo.
Me quedé quieto, allí, bajo
la lluvia, como un perfecto imbécil,
viendo cómo te ibas para siempre.
Eso es lo único que hice. Luego,
es verdad, bebí durante muchos
meses mucho, demasiado. Hasta
que una mañana de resaca infernal
te vomité en la alfombra. Y esa fue
al final toda la historia. Ya ves,
nada: talego y medio de tintorería.


Ea, poemita con estrambote. Después de apostar a que el malo era el juez, de importarle poco si había sido o no feliz y de montárselo con la amiga, sería demasiado cinismo —aunque nunca descartable— decirle "no te vayas, no me dejes así". Claro que, pese a todo, luego viene lo de pasarlo mal. Y ahí cada uno tiene sus medios. El caso es estar hundido, que es de lo que se trata. Y, claro, los malditos —que son muy tremendistas y que no se distinguen, precisamente, por su inteligencia— le dan al alcohol porque tienen demasiadas pelis de Bogart y demasiado cine negro encima. Después, todo se pasa. ¡Qué pena!


"Dos extraños"

Cruzar cuatro palabras en un
bar, y percibir al instante
que nada queda de aquella
vieja historia. Que somos dos
extraños, nada más. Dos extraños
a los que la vida puso en una
esquina el tiempo justo para
engañarse un poco, gozar
también a veces, e incluso
prometerse irrealidades.
Dos extraños que esta noche
se miran con indiferencia,
o apenas si se miran. Que tienen
prisa, ganas de despedirse,
de volver a su mundo. Y que
ya ni se molestan en fingir.


Ay, esa sensación es extraña las primeras veces. La tienes ahí delante, estáis rodeados de otros, y, aunque mientras transcurría el poema anterior a éste te pareciera imposible, ahora la ves y ya no queda nada. No, nada. Y lo reconoces, y te alegras, y te vienes arriba hablando con ella, y te muestras alegre, locuaz, incluso amistosamente cercano. Joder, qué bien estoy, piensas. Claro que quien tienes delante también piensa lo mismo y, además, seguro que lo consiguió antes, mejor y más barato que tú. Ya verás cuando, esta noche, te des cuenta de esto. A ver si ahí te ríes también, mono.


"Lo difícil"

Enamorarse es fácil.

Uno puede enamorarse
—sin demasiado
esfuerzo—
varias veces al día,
a nada
que se lo proponga
y se mueva un poco por ahí;
y si es verano,
ni te cuento.

Enamorarse no tiene
mayor mérito.
Lo realmente difícil
—no conozco
ningún caso—,
es salir entero
de una historia de amor.


Eso. A ver quién. Lo malo, siendo esto malo, no es que nadie salga entero, sino que todo el mundo reincide. Y encima decimos que es como la primera vez. El colmo.

Ah, si os gustan estos textos me lo decís y pongo más poemas. Tengo seleccionados algunos sobre el amor, sobre la vida ¿? y otros bastante cínicos. Bueno, y si no lo decís, también los pondré, que las tardes y las noches son largas por aquí, y la compañía, escasa. Ah, y si alguien se anima a escribir un poemita tipo Karmelo Iribarren, prometo regalar un librito suyo al mejor poema. Ea, saluditos, que hoy me siento generoso.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El doble.

"El desconocido se detuvo justa­mente ante la casa en la que el señor Goliadkin tenía su vi­vienda. Se oyó el tintineo de la campanilla y casi simultá­neamente el chirrido del cerrojo. Se abrió el postigo, el desco­nocido se agachó, quedó visible un momento y desapareció. Casi en el mismo instante llegó allí el señor Goliadkin y se deslizó veloz por el postigo. Sin escuchar al portero, que re­funfuñaba algo, entró corriendo en el patio, casi sin poder respirar, y por un segundo alcanzó a ver a su interesante com­pañero al pie de la escalera que conducía al piso del señor Goliadkin. Éste se lanzó en pos de él. La escalera estaba oscura, húmeda y mugrienta. En los descansillos había montones de basura depositados allí por los inquilinos. Un extraño que su­biese esa escalera después de anochecido necesitaría media hora para hacerlo, sin contar el riesgo de quebrarse una pier­na, y acabaría maldiciendo la escalera y a los amigos que se habían ido a vivir a semejante lugar. Pero el compañero del señor Goliadkin parecía ser conocido allí, mejor dicho, pare­cía alguien de la casa. Subía a paso ligero, sin esforzarse y con pleno conocimiento del sitio. El señor Goliadkin estuvo a punto de alcanzado. Dos o tres veces le rozó la nariz el borde del gabán del desconocido. De pronto se le cayó el alma a los pies. El misterioso personaje se detuvo frente a la puerta mis­ma del apartamento del señor Goliadkin, llamó con los nudi­llos y (lo que en otra ocasión hubiera sorprendido al señor Goliadkin) Petrushka, su sirviente, como si hubiera estado esperando sin acostarse, abrió al punto la puerta y con una bujía en la mano alumbró la entrada del desconocido. Fuera de sí, nuestro hé­roe entró corriendo en su domicilio. Sin despojarse del gabán y el sombrero siguió por el corto pasillo y se detuvo, como al­canzado por un rayo, en el umbral de su habitación. Todos los presentimientos del señor Goliadkin se habían cumplido. Todo lo que temía y sospechaba se había trocado en realidad. Se le cortó el aliento y sintió un mareo. El desconocido estaba sentado en su propia cama, sin quitarse el gabán y el sombre­ro; y con una ligera sonrisa, frunciendo levemente el entrece­jo, le dirigía un amistoso movimiento de cabeza. El señor Go­liadkin quiso gritar, pero no pudo; protestar de alguna mane­ra, pero le fallaron las fuerzas. Se le erizó el cabello y se desplomó exánime del horror que sentía. ¿Y cómo no? El se­ñor Goliadkin había reconocido enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo, el propio señor Goliadkin, otro señor Goliadkin, pero absoluta­mente idéntico a él... En una palabra, su doble..."

El doble, Fiódor Dostoievski, Alianza Editorial, págs. 65, 66.


Ahora actualicemos qué cosa entendemos por novela realista. Sí, empecemos por ahí, por la cronología. Siglo XIX, ¿no? Mediados del siglo XIX, más o menos, en Europa —Tolstoi y Dostoievski en Rusia, Balzac y Flaubert en Francia, Dickens en Inglaterra—, y segunda mitad ya adelantada en España —Galdós escribió La fontana de oro, su primera novela, en 1968—. Ya se sabe, España tiene su ritmo. Y ahora, tratemos de definir qué entendemos por novela realista. Sí, venga, aunque sea una definición un poco escolar: "novela en la que se refleja fielmente la realidad, en la que, a diferencia del Romanticismo, el movimiento literario precedente, se eliminan la subjetividad y la imaginación excesiva y el escritor pretende limitarse a ser mero transmisor —notario casi— de los acontecimientos". Pues bien, ¿cómo nos explicamos que una novela de unos de los grandes escritores realistas, Fiódor M. Dostoivski, titulada El doble (1846), nos presente a un tipo que ha descubierto que tiene un doble exactamente igual a él: su mismo nombre, su mismo trabajo, su mismo aspecto físico...? No me negaréis que esto, de realismo, tiene poco.


Así comienza El doble, una novelita breve en la que Yakov Petrovich Goliadkin, su protagonista, ve tambalearse su vida por la llegada súbita de ¡un doble! Esta novela, que pasó sin mucha pena ni gloria por la carrera literaria de Dostoievski, adelantaba, sin embargo, uno de los grandes temas de la novela del siglo XX: el enfrentamiento de un hombre con fuerzas desconocidas, intangibles y, por tanto, contra las que es imposible luchar, a las que es imposible vencer. Así, la novela se nos presenta como trasunto de aquellas circunstancias existentes (se quiera o no se quiera) en la vida de todo individuo y a las que éste ha de hacer frente con disigual fortuna según los casos, aunque siempre sintiéndose aplastado, empequeñecido por el peso y la importancia de dichas circunstancias.

Sí, Dostoievski se adelantó en casi sesenta años a uno de los grandes novelistas del siglo XX, Franz Kafka, el escritor que mejor ha sabido plasmar la absoluta indefensión e inanidad del individuo frente a fuerzas avasalladoras y desconocidas —y por fuerzas avasalladoras y desconocidas podéis entender el poder, la burocracia, el Estado... cualquier tipo de autoridad superior al individuo—.

Sin embargo... es curioso. Cuando uno termina de leer El doble se da cuenta de que, quizás, sea la novela más realista de Dostoievski. Y es que, como decía Goethe, sólo todos los hombres viven lo humano. ¿Alguien se atreve a averiguar qué es lo humano que se esconde tras el señor Goliadkin? Ya estáis tardando.


miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hayao Miyazaki.


"No ha acabado nada. Seguimos vivos. Y tú vas a ayudarme." Ashitaka le dice estas palabras a San, la reina de los lobos. San es La princesa Mononoke, uno de los personajes de esta película de animación japonesa del año 1997. Ya, imagino que estas cosas son distintas en Japón, que los tiempos, los ritmos y todo lo demás quizás no tengan nada que ver con los nuestros. Ahora bien, en la película de Hayao Miyazaki, director también de El viaje de Chihiro (2001), se constata algo que, no por evidente, resulta superfluo: hay elementos comunes a cualquier cultura, básicamente porque todas las culturas están formadas por personas.

Tanto La princesa Mononoke como El viaje de Chihiro muestran mundos, paisajes, texturas, formas de narrar... a las que no estamos acostumbrados. Su atmósfera es parecida a la de un sueño muy estilizado en el que no faltan momentos de tensión, desgarro e ilusión. Sí, ya sé que nada está quedando muy claro. Quizás sea mejor que me calle y tiremos de youtube para ver las dos pelis. Afortunadamente, están enteras.

La princesa mononoke.



El viaje de Chihiro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Sed de Maldoror.


"Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura."

Ése es Maldoror. O Lautréamont, el Conde de Lautréamont. O Isidore Ducasse. En realidad, estos tres nombres muestran -u ocultan- a la misma persona, al hijo de un diplomático francés nacido en Montevideo (Uruguay), el 4 de abril de 1846. Isidore -el Conde de Lautréamont para la historia de la literatura- murió en 1870, dejando tras de sí un reguero de escándalos, sombras, abismos, tinieblas y, sobre todo, revolviéndole las tripas a la literatura canónica de su época -y de todas las épocas posteriores- con obras como Los cantos de Maldoror, de la que están sacadas las citas que ilustran estas líneas.

La exaltación de la violencia, del sadismo, del dolor, de los instintos más abyectos del hombre -y quizás los más sinceros-, del canibalismo, de todas las parafilias habidas y por haber... tienen cabida en estos seis cantos que suponen todo un reto de aguante para el lector, pero también una fuente inagotable de desautomatización de los temas y las formas de la literatura.

"Preferiría tener soldados los párpados, que mi cuerpo careciera de piernas y brazos, haber asesinado a un hombre, antes que ser tú. Porque te odio."


Lautréamont, al igual que otros malditos franceses como Baudelaire o Rimbaud, se valió del camino abierto por el Romanticismo como movimiento que promulgaba la abolición de imperativos morales, éticos, para explorar la amoralidad en todas sus facetas. Así, la crueldad, el dolor, la perversión, las drogas, la blasfemia y, en general, todo lo prohibido o lo considerado de mal gusto por parte de la buena sociedad forman parte habitual de las composiciones de estos poetas. A todo esto, hay que unir un exquisito dominio de la forma, del lenguaje, una visión estética de la vida que se traladaba al ámbito de la literatura y que proponía una idealización degradada (valga el oxímoron) del arte de vivir.


Os dejo un par de textos más de Los cantos de Maldoror. Ya sabéis, "no toquéis, si queréis vida".

"NO, no, te lo suplico; no aparezcas de nuevo ante mis cejas fruncidas y aviesas. En un instante de extravío, podría cogerte los brazos,' retorcerlos como si escurriera la colada o romperlos con es­truendo, como dos ramas secas, y hacértelos luego comer, empleando la fuerza. Podría, tomando tu cabeza entre mis manos, con aire acariciador y dulce, hundir mis ávidos dedos en los lóbulos de tu inocente cerebro, para extraer de ellos, con la sonrisa en los labios, una grasa eficaz que lave mis ojos, doloridos por el eterno insomnio de la vida. Podría, cosiendo tus párpados con una aguja, privarte del espectáculo del universo y hacerte imposible encontrar tu camino; y no sería yo quien te sirviera de guía. Podría, levantando tu cuer­po virgen con brazo de hierro, tomarte por las piernas, ha­certe girar a mi alrededor, como una honda, concentrar mis fuerzas al describir la última circunferencia, y arrojarte contra el muro. ¡Cada gota de sangre salpicará un pecho humano, para aterrorizar a los hombres y poner ante sus ojos el ejem­plo de mi maldad! Se arrancarán sin tregua jirones y jirones de carne; pero la gota de sangre permanece indeleble, en el mismo lugar, y brillará como un diamante. No temas, daré a media docena de criados la orden de guardar los venera­dos restos de tu cuerpo y preservarlos del apetito de los vo­races perros. Sin duda el cuerpo ha permanecido pegado en la muralla, como una pera madura, y no ha caído a tierra; pero, si no se presta atención, los perros saben dar elevados brincos."


"HAY que dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Oh!, qué dulce resulta entonces arrancar brutalmente del lecho a un niño que nada tenga todavía sobre el labio superior y, con los ojos muy abiertos, simular que se pasa dulcemente la mano por su frente, echando hacia atrás sus hermosos cabe­llos. Luego, de pronto, cuando menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, cuidando de que no muera; pues si muriese, no se tendría más tarde el espectáculo de sus miserias. A continuación, se bebe la sangre lamiendo sus he­ridas; y durante ese tiempo, que debiera ser largo como lar­ga es la eternidad, el niño llora. Nada es mejor que su sangre extraída como acabo de explicar y caliente todavía, salvo sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿no has gustado nunca tu sangre cuando, por azar, te has cortado un dedo? Qué buena es, ¿verdad?; pues no tiene gusto alguno. Además, ¿no recuerdas haberte llevado un día, entre lúgubres reflexiones, la mano, ahuecando la palma, a tu enfermizo rostro mojado por lo que de tus ojos caía; mano que luego se dirigió fatal­mente a tu boca, para beber a largos tragos, en esta copa, temblorosa como los dientes del alumno que mira de sosla­yo a quien nació para oprimirle, las lágrimas? ¿Qué buenas son verdad?; pues tienen el sabor del vinagre. Diríanse las lágrimas de la que más ama; pero las lágrimas del niño tie­nen mejor paladar. Él no traiciona, al no conocer todavía el mal: la que más ama acaba traicionando tarde o temprano... Lo adivino por analogía, aunque ignoro lo que sea la amis­tad o el amor (es probable que nunca los acepte; al menos viniendo de la raza humana). Así, puesto que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan, aliméntate, aliméntate confiada­mente con las lágrimas y la sangre del adolescente. Véndale los ojos mientras desgarras sus palpitantes carnes; y, tras ha­ber escuchado durante largas horas sus sublimes gritos, pa­recidos a los hirientes estertores que lanzan en una batalla los gaznates de los heridos agonizantes, entonces, tras ha­berte apartado como una avalancha, saldrás corriendo de la vecina alcoba y fingirás acudir en su ayuda. Le desatarás las manos de hinchados nervios y venas, devolverás la vista a sus extraviados ojos, lamiendo de nuevo sus lágrimas y su sangre. ¡Qué auténtico es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que brilla en nosotros, y que tan raras veces se muestra, aparece; ¡pero demasiado tarde! Cómo se conmue­ve el corazón al poder consolar al inocente a quien se ha he­cho daño; «Adolescente que acabáis de sufrir crueles dolores, ¿quién ha podido cometer en vos un crimen que no sé cómo calificar? ¡Infeliz! ¡Cuánto debéis de sufrir! Y si vuestra madre lo supiera, no estaría más cerca de la muerte, tan aborrecida por los culpables, de lo que ahora estoy yo. ¡Ay!, ¿qué son pues el bien y mal? ¿:¿Son acaso una misma cosa con la que damos, rabiosamente, testimonio de nuestra impotencia y de nuestra pasión por alcanzar el infinito, aun con los medios más insensatos? ¿O son dos cosas distintas? Sí... Sean más bien una sola cosa... pues, de lo contrario, ¿qué sería de mí el día del Juicio? Adolescente, perdóname; ha sido el que está ante tu rostro, noble y sagrado, quien te ha quebrado los huesos y desgarrado las carnes que cuelgan en distintos lugares de tu cuerpo. ¿Es un delirio de mi razón enferma, es un instinto secreto que no depende de mi razonamiento como el del águila que desgarra su presa, lo que me ha llevado a cometer tal crimen?; ¡y, sin embargo, he sufrido tanto como mi víctima! Adolescente, perdóname. Una vez salidos de esta vida pasajera, deseo que permanezcamos abraza­dos por toda la eternidad; que formemos un solo ser, con mi boca pegada a la tuya. Ni siquiera así mi castigo será com­pleto. Me desgarrarás, entonces, sin detenerte nunca con tus dientes y tus uñas a la vez. Adornaré mi cuerpo con per­fumadas guirnaldas para este holocausto expiatorio; y am­bos sufriremos, yo al ser desgarrado, tú por desgarrarme ... con mi boca pegada a la tuya. Oh adolescente de rubios ca­bellos, de tan dulces ojos, ¿harás ahora lo que te aconsejo? Quiero, a tu pesar, que lo hagas, y así complacerás mi conciencia». Tras haber hablado así, habrás hecho daño a un ser humano. y, al mismo tiempo, serás amado por él: es la ma­yor felicidad que pueda concebirse. Más tarde, podrás lle­varle al hospicio; pues el tullido no podrá ganarse la vida. Te llamarán bueno, y las coronas de laurel y las medallas de oro ocultarán tus pies desnudos, sembrados en la gran tum­ba, al anciano rostro. Oh tú, cuyo nombre no quiero escri­bir en esta página que consagra la santidad del crimen, sé que tu perdón fue inmenso como el universo. Pero ¡yo existo aún!"

sábado, 11 de octubre de 2008

Lorca dura.


Lo descubrí este verano, en junio o julio. Doce años durmiendo el sueño de los justos. Desde el 96 hasta ahora, siglo XXI. Aunque, al escucharlo, seguía pareciendo ajeno al tiempo, o, mejor dicho, superior al tiempo. Omega —esto es, Enrique Morente y Lagartija Nick—y todo el poder críptico de los textos de Poeta en Nueva York, poemario en la nuca que Federico García Lorca descerrajó a la historia de la literatura en 1930, cuando el mundo todo aún se frotaba los ojos por el crack de año anterior.

Una de las muchas cosas que es Poeta en Nueva York consiste en la capacidad visionaria de sus textos al presentar un modelo desquiciado de convivencia entre el ser humano y su hábitat actual, la ciudad. El descoyuntamiento del hombre al sentirse solo, más solo que nunca, rodeado de tanta gente, más gente que nunca. El hambre insatisfecha por las necesidades descubiertas. El grito catártico del rebelado que se pierde en el kilómetro infinito de las avenidas. El ansia del verde frustrado, del amarillo tumefacto, del azul contaminado. La desigualdad absoluta, la infelicidad inmisericorde, la pobreza. La muerte, a secas.

Y una de las muchas cosas que es Omega es la materialización sonora de todo lo anterior con una contundencia, riqueza y terror que consiguen que la atmósfera de los textos lorquianos se hiperbolice hasta provocar, en algunos momentos, la angustia del ahogo. El cantaor Enrique Morente y el grupo de rock Lagartija Nick, ambos granadinos, destruyeron prejuicios, fronteras para crear una de las obras artísticas más importantes de la historia de la música española. Añadieron, además, a Leonard Cohen, admirador y también adaptador de los versos de Lorca.

El resultado, doce años después, sigue siendo sobrecogedor. Atmósferas oníricas, otras aparentemente limpias, pero tras las que se esconde el veneno de las pesadillas, bulerías y soleares mezcladas con el delirio de la distorsión y las sicofonías de la Niña de los Peines y Manolo Caracol... Esta es la historia de nuestra música. Alguien seguirá hablando de este disco cuando hayamos muerto. Y quizás nosotros, los muertos, sigamos sintiendo escalofríos al recordarlo. No va más.




"La aurora"


La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.


"Vuelta de paseo"

Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!





"Pequeño vals vienés."

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.




"Ciudad sin sueño. Nocturno de Brooklyn Bridge."

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.


lunes, 15 de septiembre de 2008

Literatura tradicional 2008.

Recelo de los ímpetus folclóricos del personal. Me suelen parecer intentos forzados de actualizar y engrandecer algo cuya belleza y sentido radican, precisamente, en un contexto reducido, limitado, en el que todas las claves que en ellos se manejan adquieren su verdadero significado. Mis recelos se agravan aún más cuando es algún neotérico —esto es, moderno o modernillo— el que realiza esta tarea, pues es muy cool y retro que el artisteo actual se lance, quizás por falta de ideas, sobre cualquier cosa con una pátina inactual. ¿Qué hago, entonces, hablando de Lucas 15, el último proyecto de Nacho Vegas, en el que se recupera el cancionero asturiano? Pues que siempre hay excepciones. Algunas tan brillantes como ésta.


El capítulo 15 del Evangelio según San Lucas muestra la parábola del hijo pródigo. Vegas, junto a Manu Molina, Luis Rodríguez, Chus Naves y Xel Pereda, vuelve a las raíces de su tierra para rescatar romaces, villancicos, coplas... y pasarlas por el tamiz del pop. El resultado son once composiciones que mantienen intactos la esencia y el proceso de decantación que el tiempo ha ejercido sobre la literatura tradicional, y, además, les suma la actualidad y la cercanía de ritmos inteligibles para nosotros.

La literatura tradicional, lejos de ser simple o monótona, ha ido acumulando —aquí las perífrasis se hacen más necesarias que en ningún otro lugar— composiciones en las que el único requisito es mantener el interés del receptor. Así, nos encontramos canciones amorosas, villancicos crueles de asesinos sin escrúpulos, composiciones a medio camino entre lo religioso y lo profano en las que se mezcla el nacimiento del Niño Jesús con espectos de la vida ordinaria... Ejemplos de todo ello encontramos en Lucas 15. El disco original consta de un libreto con las letras y con ilustraciones preciosas de un tal Isidro Suárez al que yo, al menos, desconocía.

Uno de los romances más impresionantes de este trabajo es el corte 8, "Teresina". Es curioso, en él se puede observar toda esa teoría que estudiamos en los libros de Literatura y que nos parece, como mínimo, bella reliquia muerta: impresionismo de los tiempos verbales, supresión del verbo de lengua, alternancia de estilo directo e indirecto, polifonía... Suenan, resuenan ecos del Romance del Conde Niño, del Romance del enamorado y la muerte... ¿Alguien será capaz de encontrar algo de esto aquí?


Y allá arriba en aquel alto
una viuda habitaba,
ella tenía una hija,
Teresina se llamaba,
y el que la pretendía
yera príncipe de España.
Pasan tiempos, vienen tiempos,
Teresina embarazada,
su madre desque lo supio
empezaba a encomendarla:
—En fuego te quemes niña,
en fuego seas quemada.

El príncipe que lo supio,
cayó muy malín en cama,
llamaron siete doctores
de los mejores de España.
Unos dicen que se muere,
otros dicen que no es nada,
no siendo el doctor más viejo
que le miraba y callaba.
—¿Qué me mira buen doctor
que tanto me mira y calla?
—Lo que le digo don Diego
que disponga de su alma,
tres horas tiene de vida
y hora y media ya va andada
y hora y media que le queda
pa disponer de su alma.

Bien lo oyera el rey, su padre,
que en altas torres estaba:
—Que poco dura mi hijo,
que poco duras mi alma.
—Bastante dure mi padre,
hasta que Dios lo mandara.
Ahí te queda Teresa,
Teresina embarazada.
Padre, de lo que le di,
padre no le quite nada,
no siendo un anillo de oro
que le di de enamorada.
—Si tú le diste un de oro,
yo le daré un de plata,
ella si trae una hija
será monja en Santa Clara,
ella si trae un varón
será príncipe de España.

Y estando en estas palabras
Teresina allí llegara.
—¿De dónde vienes Teresa
tan cansada y fatigada?
—Vengo de Santo Domingo
de oír misa en Santa Clara,
de rezar al Dios del cielo
que le saque de esta cama.
—De esta cama, sí por cierto,
no será mucha tardanza,
esta cama, sí por cierto,
mañana por la mañana,
tres horas tengo de vida
y hora y media ya va andada
y hora y media que me queda
pa disponer de mi alma.

Teresina oyendo esto
siente la pena en su alma,
siente la pena en su vientre
y cae enferma en la cama.
—En fuego te quemes niña,
en fuego seas quemada.

Él muere a la media noche,
Teresina a la mañana,
le abrieron el vientre
y un niño lindo le sacan.
Los echaron los tres juntos
en un ataúd de plata.
Y aquí se acaba la historia
de los príncipes de España.




Podéis escuchar más canciones y ampliar información en el myspace de Lucas 15. O comprar el disco, no os arrepentiréis.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Nada grave.


Sin ti la poesía
ya no me dice nada,
y nada tengo que decirle a ella.
La única palabra
que entiendo y que pronuncio
es ésta
que con todo mi amor hoy te dedico:
nada.


Cualquier cosa carece de importancia. O la nada —quizás como metáfora de la muerte— es lo único que realmente importa, lo único grave. Ésa es la ambivalencia a la que juega Ángel González en su último poemario. Son veintisiete poemas. Algunos ya habían aparecido en revistas, en periódicos. Tras la muerte del poeta, su viuda encontró los textos ordenados, como si Ángel González los hubiese preparado para ser publicados. Textos pesimistas, más aún que los que componían Otoño y otras luces, su último —penúltimo ahora—poemario, textos que hablan sin velos, ensoñaciones ni escapatorias de las mezquindades del hombre, de la muerte, del paso del tiempo. Del final.

Largamente sentido, un avance contemplado poco a poco. Por eso el poeta ha podido estudiar —nunca limar— todas las aristas del final, todo su poder de destrucción-liberación. Y acepta su llegada con una frialdad que conmueve tanto, que impresiona e hiere tanto, que nos hace preguntarnos si tras toda ella no seguirán percutiendo desquiciadas las ganas de vivir. Ambivalencia, otra más, juego o humorada de Ángel González, tan inclinado a estos artificios de la sonrisa y la inteligencia.

Nada grave, pues, de Ángel González. En la editorial Visor, colección Palabra de honor. En mis últimos días de Albero hablé de este libro, entre otros, con Fran. Como soy torpe y lento para los regalos, Fran, permite, al menos, que te haga llegar, si te llegan, estos poemas que, entre conversaciones cruzadas, yo te quería mostrar. Algunos hablan del tiempo. "El tiempo... Ahí me has dado, ladrón." Urgidos de la sed que un soplo sacia. Un abrazo, Fran.


Última gracia

Acaso
ese golpe final
—yo ya caído—
no fue otro acto de crueldad,
sino una prueba
de la piedad que decían no tenerme.


Siempre la esperanza

Esperar la desdicha,
¿es una forma de esperanza?
La menos peligrosa, en cualquier caso.
La que no puede defraudarnos nunca.


Por raro que parezca

Me hice ilusiones.
No sé con qué, pero las hice a mi medida.
Debió de haber sido con materiales muy poco consistentes.


De todas formas

Lo que queda
—tan poco ya—
sería suficiente
si durase.


Quizá mejor ya no

Tanto la he llamado, tanto
he suplicado su asistencia,
que ahora,
cuando apenas si tengo ya voz para llamarla,
casi lo que más temo es que al fin venga.

No me vuelva a dar la vida.


Ambigüedad de la catástrofe

Lo había perdido todo:
amor, familia, bienes, esperanzas.
Y se decía casi sin tristeza:
¿no es hermoso, por fin, vivir sin miedo?


No hay prisa

Deja que pasen estos días,
deja que pasen estos años,
y entretanto
agradece el regalo de la luz
del cielo de diciembre,
tan discreta
que es casi sólo transparencia,
no ofende y es muy bella.

Deja que pasen estos años,
son pocos ya,
sé paciente y espera
con la seguridad de que con ellos
habrá pasado
definitivamente todo.


Ya casi

Esto,
que está muy mal,
está pasando.
Como pasó el amor,
pasará el desconsuelo.
¿Acabaré agradeciendo al tiempo
lo que en él siempre odié?
Que todo pase,
que todo lo convierta al fin en nada.

viernes, 29 de agosto de 2008

Los versos del Capitán.


Ese viernes salí temprano del hotel para ir al embarcadero. Hacía frío en Puerto Madryn, y las ballenas jugueteaban a poca distancia de la costa. Estuve un rato paseando, viéndolas expulsar vapor de agua en forma de be corta, que es como se le suele llamar a la uve en Argentina. Mostraban sus lomos y, con algo de suerte y atención, también pude ver sus colas. Son bichos grandes esos, aunque a mí los bichos, ni grandes ni chiquitos, me gustan demasiado. Tengo bastante con ese viejo desconocido al que me desafía el espejo o con los alumnos de toda clase y condición.

Luego, para variar, entré en una librería. La librería de Puerto Madryn, cerca de la Península Valdés, en la Patagonia, no tenía nada de especial. Después de fatigar las de Buenos Aires, ésta casi se parecía más a una biblioteca escolar. A pesar de todo, pues la cabra siempre tira al monte, entré. Lo de siempre, más guías de viaje y muchos libros de fotografía sobre cetáceos y otras lindezas. Sin embargo, entre la hierba siempre late la serpiente, dispuesta a morder, o lo que se tercie.

Tenía ganas de leer a Neruda desde hacía mucho tiempo. En mis años de universidad leí algún libro con rapidez y con poco provecho. Quería empezar por algo sencillo y amoroso. Cogí Los versos del Capitán. "Pequeña rosa —comenzaba el primer poema—, rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda, parece que en una mano mía cabes, que así voy a cerrarte y llevarte a mi boca." Decidido. Pago treinta y seis pesos (unos ocho euros). "No me dé una bolsa, gracias, me lo llevo puesto". Sonríe la señora y cierro la puerta.

Vuelvo al hotel. En el camino, tres coches, una moto y dos señoras-ballena están a punto de atropellarme (aplastarme en el caso de las últimas) porque no aparto los ojos del libro. "¿Dónde almorzamos?" "Vamos al Margarita, me han dicho que se come bien". Mientras la camarera se demora en el servicio, mientras mis compañeros de mesa se enredan con anécdotas y planes, voy enredándome yo con las palabras de Neruda, que llegan suaves a veces, violentas otras, directas. "Tu cintura y tus pechos, la duplicada púrpura de tus pezones, la caja de tus ojos que recién han volado, tu ancha boca de fruta, tu cabellera roja, pequeña torre mía." Elijo merluza con verduras y agua. Muy rica. "¿Podemos ir a esa sala?", le preguntamos a la camarera. "Sí, claro, pasen", responde solícita.

Al fondo, separada del comedor, hay una sala con luz tenue, sofás y olor a noche. Allí suena Sabina. "Este virus que no muere ni nos mata, esta amnesia en el cielo del paladar, la limusina del polvo por Manhattan, el invierno en Mar del Plata, los versos del Capitán", canta el compadre Joaquín en "Cerrado por derribo". Alberto lee a Juan Gelman, Carmen y Víctor charlan, a veces los importuno leyéndoles algún verso, y Víctor brilla porque le recuerdan otros tiempos, otros lugares. "Una piedra de Jack Daniel's", pido, y van dos. Y sigo leyendo.


"El alfarero"

Todo tu cuerpo tiene
copa o dulzura destinada a mí.
Cuando subo la mano
encuentro en cada sitio una paloma
que me buscaba, como
si te hubieran, amor, hecho de arcilla
para mis propias manos de alfarero.
Tus rodillas, tus senos,
tu cintura
faltan en mí como en el hueco
de una tierra sedienta
de la que desprendieron
una forma,
y juntos
somos completos, como un solo río,
como una sola arena.




"Tu risa"

Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí todas
las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, por que tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.



"La noche en la isla"

Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.

Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.

Tal vez tu sueño
se separó del mío
y por el mar oscuro
me buscaba como antes
cuando aún no existías,
cuando sin divisarte
navegué por tu lado,
y tus ojos buscaban
lo que ahora
—pan, vino, amor y cólera—
te doy a manos llenas
porque tú eres la copa
que esperaba los dones de mi vida.
He dormido contigo
toda la noche mientras
la oscura tierra gira
con vivos y con muertos,
y al despertar de pronto
en medio de la sombra
mi brazo rodeaba tu cintura.
Ni la noche, ni el sueño
pudieron separarnos.

He dormido contigo
y al despertar tu boca
salida de tu sueño
me dio el sabor de tierra,
de agua marina, de algas,
del fondo de tu vida,
y recibí tu beso
mojado por la aurora
como si me llegara
del mar que nos rodea.



"No sólo el fuego"

Ay, sí, recuerdo,
ay, tus ojos cerrados
como llenos por dentro de luz negra,
todo tu cuerpo como una mano abierta,
como un racimo blanco de la luna,
y el éxtasis,
cuando nos mata un rayo,
cuando un puñal nos hiere en las raíces
y nos rompe una luz la cabellera,
y cuando
vamos de nuevo
volviendo a la vida,
como si del océano saliéramos,
como si del naufragio
volviéramos heridos
entre las piedras y las algas rojas.

Pero
hay otros recuerdos,
no sólo flores del incendio,
sino pequeños brotes
que aparecen de pronto
cuando voy en los trenes
o en las calles.
Te veo
lavando mis pañuelos,
colgando en la ventana
mis calcetines rotos,
tu figura en que todo,
todo el placer como una llamarada
cayó sin destruirte,
de nuevo,
mujercita
de cada día,
de nuevo ser humano,
humildemente humano,
soberbiamente pobre,
como tienes que ser para que seas
no la rápida rosa
que la ceniza del amor deshace,
sino toda la vida,
toda la vida con jabón y agujas,
con el aroma que amo
de la cocina que tal vez no tendremos
y en que tu mano entre las papas fritas
y tu boca cantando en invierno
mientras llega el asado
serían para mí la permanencia
de la felicidad sobre la tierra.

Ay, vida mía,
no sólo el fuego entre nosotros arde,
sino toda la vida,
la simple historia,
el simple amor
de una mujer y un hombre
parecidos a todos.

viernes, 25 de julio de 2008

Sicalipsis pre y post mortem.


"Sólo tu corazón caliente, y nada más. Ahora que vienen los fríos de agosto, las lluvias. La ropa de abrigo, tan lejos yo, sin el calor tuyo al otro lado del mar. Vasos comunicantes que sean las olas. Que traigan las palabras, que se las lleven. Que lleguen, que se extravíen. Que no asciendan allí donde tú estás, que aparezcan en la bahía de Sidney, en el Estocolmo báltico, colándose en las películas de Bergman, en la playa del Palmar, sintiéndose gaditanas. Pero que te toquen, sí, que las oigas. Aunque sean susurros, apenas audibles. Espérate. No desistas aún. Presta atención. Aullarán, sonarán prepotentes, como a odio de Dios, si tú quieres. Desde la Patagonia, desde el Calafate y su glaciar Moreno, desde Iguazú, lanzándose al vacío de tu rastro a través de las cataratas.

Serán estas palabras las que te lleguen, saladas, nadadoras. Cansadas, pero certeras. Enriquecidas con las lenguas de los pueblos que las hayan hecho suyas, pasándolas de boca a boca. Y devueltas al mar, otra vez. Hasta la tuya, que es el destino pero nunca el final. Deshazlas en el paladar. Dasgástalas. Pero dalas tú también. Compártelas, rehechas. Sólo así serán verdaderamente mías, tuyas. De los otros. Todos.

Y cuando ya las hayas expulsado de ti, cuando las hayas aborrecido con el deseo de dos enemigos que se enfrentan, me serán devueltas, labradas y marítimas, cubiertas de algas y de ese reflejo tuyo que no eres tú, sino el tacto de todos los hombres que las usaron. Y entonces sabré que las tuviste, que las retuviste, que las desgarraste lentamente con tus dientes, con las uñas de tus ojos, con la fuerza acariciadora de tus manos de metal, con el roce de tus labios, los mismos labios que, en ese momento, estarán allí conmigo, en el transocéano."


No me negaréis que como ejercicio de retórica amatoria no está mal. Os lo regalo. Cambiad, si queréis, femeninos por masculinos, masculinos por femeninos, singulares por plurales, primeras personas por segundas, por terceras... Esto del amor -dicen, yo nada sé- es multiforme, polisémico. También podéis usar los textos que ahora os dejo. El caso es filosofear (neokantianamente hablando, claro).



Rayuela, capítulo 7, de Julio Cortázar. Ya usado por Alberto.



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.



"Las personas curvas", de Jesús Lizano. Descubierto por Fran.



A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo
y la tierra es curva
y el movimiento es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
y los culos curvos,
los sentimientos curvos;
la ebriedad: es curva;
las palabras, curvas:
el amor es curvo;
¡el vientre es curvo!;
lo diverso es curvo.
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
la alegría es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
las naranjas: curvas
los labios: curvos;
y los sueños, curvos;
los paraísos, curvos
(no hay otros paraísos);
a mí me gusta la anarquía curva;
el día es curvo
y la noche es curva;
¡la aventura es curva!
Y no me gustan las personas rectas,
el mundo recto,
las ideas rectas;
a mí me gustan las manos curvas,
los poemas curvos,
las horas curvas:
¡contemplar es curvo!;
los instrumentos curvos,
no los cuchillos, no las leyes:
no me gustan las leyes porque son rectas,
no me gustan las cosas rectas;
los suspiros: curvos;
los besos: curvos;
las caricias: curvas.
Y la paciencia es curva.
El pan es curvo
y la metralla recta.
No me gustan las cosas rectas
ni la línea recta:
se pierden
todas las líneas rectas;
no me gusta la muerte porque es recta,
es la cosa más recta, lo escondido
detrás de las cosas rectas;
ni los maestros rectos
ni las maestras rectas.
A mí me gustan los maestros curvos
y las maestras curvas.
Y los dioses curvos,
¡libérennos los dioses curvos de los dioses rectos!
El baño es curvo,
la verdad es curva,
yo no resisto las verdades rectas;
vivir es curvo,
la poesía es curva,
el corazón es curvo.
A mí me gustan las personas curvas
y huyo, es la peste, de las personas rectas.



"Digo que yo no soy un hombre puro", de Nicolás Guillén.



Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas falta
saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.

Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro, ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado, donde
abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.

Punto, fecha y firma.
Así lo dejo escrito.



"Espantapájaros", de Oliverio Girondo.


No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero, eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.


sábado, 19 de julio de 2008

¡Que viene el Papa!


1997. "Segundo Encuentro Mundial del Papa con las Familias", así se vende la cosa, con el ruido de las mayúsculas incluido. "La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad", el lema del E(e)ncuentro. Millones y jóvenes abarrotando el estadio Maracaná. "¡Al lado de los jóvenes, la familia! Sí, porque, si es verdad que los jóvenes son el futuro, también es verdad que la humanidad no tiene futuro sin la familia", dice Juan Pablo II. 1997. Río de Janeiro. El Papa decide hospedarse para ese viaje en la Casa Arzobispal. La Casa Arzobispal está situada cerca, muy cerca de una favela. De la fevela de Turano. Aquí comienza Tropa de élite, la película brasileña que os debéis inyectar ya.


Una favela es, en Río de Janeiro, un barrio irregular en el que campan a sus anchas narcotraficantes y armas, en el que la policía, mayoritariamente corrupta, no se atreve a entrar y en el que niños más pequeños que vosotros sirven de coheteros (avisadores) o camellos. A Nascimento, capitán del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía), un tipo honrado y con una esposa a punto de parir, le es encomendada la misión de pacificar ese infierno para que "una bala perdida no se cargue al Papa", porque "ningún gobernante quiere encontrarse con el cadáver del Papa en su país". ¿Cómo se pacifica el infierno? Exacto. Con más infierno.

Violencia. Corrupción. Niños pijos que fuman porros y esnifan coca, que trafican con la mierda que compran al dueño de la favela (con el dinero de esa compra, el dueño compra armas para garantizarse su seguridad), niños pijos que montan su ong (con el permiso del dueño) para limpiar sus conciencias de niños pijos y sacar el material a mejor precio. Policías indignos. Degeneración. Violencia. Traficantes y desgraciados al por mayor. Más violencia. Armas. Balas perdidas. Y un puñado de policías honrados. Nascimento, Matías, Neto. Y el suicidio de garantizar la seguridad del Papa.

"Tropa de élite habla de la hipocresía que se vive en Río de Janeiro, que está sometida a la violencia. Aquí, si quieres ayudar a los niños de una favela, tienes que hacerte amigo de los narcotraficantes. Para hacer una cosa justa tienes que hacer una equivocada: si quieres ser miembro del BOPE para hacer cumplir la Ley, tienes que matar porque la gente está armada. Todo es gris, nada es negro o blanco, y todos conviven con este mundo gris como si fuera normal. Ésta es la crónica de nuestra cotidianidad, la guerra que vivimos". Son palabras de José Padilha, productor, coguionista y director de la película.

Se abren las puertas del infierno, esto es, del mundo real. Coged una bolsa de plástico, tendréis que hacerles el submarino seco (bolsa en la cebeza hasta casi ahogar). Coged un calibre doce, tendréis que reventarles la cara. Para acabar con ellos, tendréis que golpearlos hasta obtener la información. Se desmayarán, pero echándoles agua vuelven a despertar. Y golpes, de nuevo. "Habla -diréis-. Habla. Habla". Ellos no permanecerán quietos. Dispararán. Las armas que en otros países sólo posee el ejército son las mascotas de los traficantes en Turano. Tomaréis pastillas, tranquilizantes. Perderéis a vuestra familia. Os insensibilizaréis. Odiaréis. Resentimiento. Estaréis preparados para ser calavera negra, un BOPE.





Aquéllos que aspiran, a pesar de todo, a ser miembros de los comandos del BOPE, deben pasar un proceso selectivo. Así se entrenan para el horror de las favelas.






Tropa de élite está rodada con un estilo voluntariamente documental. Os propongo un juego. En realidad, es el diario El País quien nos lo propone. Aquí van algunas imágenes. ¿Podríais adivinar cuáles pertenecen a la realidad del laberinto de Turano y cuáles a la ficción de la película?

Y, para terminar, el tema central completo de la banda sonora. Dulces sueños, a todos.




Acabo de encontrar un enlace en el que podéis ver la película completa. La calidad no es muy buena, pero menos da una piedra.

sábado, 12 de julio de 2008

El día después de la guerra.


En Troya. El día después del final. Los griegos, vencedores; los troyanos, no. Ya sabéis, la historia de la manzana de la Discordia, del juicio de Paris tratando de discernir qué diosa, si Hera, Atenea o Afrodita, era la más bella, la promesa de esta última de otorgarle a Paris los favores de la mujer más bella y letal de la historia, Helena, si la elegida era ella, y, después, la guerra, pues Paris había abusado de la confianza de Menelao, rey de Esparta, y había raptado, luego de alojarse durante una noche en su palacio, a su esposa, Helena, de nuevo Helena, y la había llevado con él a Troya, creyéndose a salvo tras sus murallas. Y la guerra, que es muerte y héroes y sangre y lágrimas y el sabor agrio endulzando las mieles de la victoria y la derrota, así, a secas, y la guerra que es vida, vida o germen de nuevas guerras, de nuevos odios. Y, al final, el caballo de madera, la argucia, el engaño, y los griegos que entran en Troya y arrasan Troya y destruyen Troya. Y ahí termina (o comienza) la historia. ¿Nunca os habéis preguntado “y ahora qué” después de un final?

Ése es el punto de partida de Las troyanas, de Eurípides. Qué ocurre después del final de esta guerra, qué les ocurre a los habitantes de Troya, qué, sobre todo, a sus mujeres, botín de guerra para los griegos. Qué a Hécuba, reina troyana desposeída de reino, de marido, de hijos, de hijas, pero que mantiene intactos su dignidad y su deseo de venganza. Qué a Casandra, a Andrómaca, hijas de rey y de reina, la una entregada a Agamenón para que éste fuerce su virginidad, la otra obligada a presenciar el vuelo de su hijo pequeño desde las altas murallas de Troya al suelo duro, irreductible. Y qué a Helena, y habló Helena, en su monólogo hiriente-hirviente en el que se reivindicaba como juguete –uno más- en manos de unos dioses caprichosos, ¿culpables? con su juego de toda desgracia. Mujeres, muchas mujeres. Todas ellas, siempre, perdedoras en las guerras (salvo algunas en estos tiempos que corren, en los que, imitando la barbarie masculina, macha, también les da por alistarse en los ejércitos y guerrear por el mundo). Las guerras, siempre las guerras, sombras que nos recuerdan lo desposeídos que estamos del paraíso.

Anoche, en Mérida, en el Teatro romano de Mérida, asistí a la representación de estas troyanas, de sus desdichas, frustraciones y esfuerzos vanos, dirigidas por Mario Gas, uno de los directores más importantes del teatro español. Huelga decir que el marco, claro, era incomparable, y que más de dos mil años contemplaban desde las piedras la misma fuerza dramática que ha impulsado al ser humano desde que el mundo es mundo. Es el teatro, la mentira más verdadera jamás inventada por el hombre, más verdad, incluso, que la propia vida. En los tres grandes clásicos griegos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), al igual que en Shakespeare, se siente toda la fuerza de la literatura. Ahí hemos de comer sombra, de vivir o morir del todo, pues nunca somos tan humanos como cuando nos sumergimos en las pasiones de esos seres de mentira tan parecidos a nosotros.


Os dejo un fragmento. En él, Helena, causante de la tragedia y esposa de Paris, y Hécuba, madre de Paris y reina desposeída, discuten, en presencia de Menelao, esposo abandonado por Helena, sobre el origen de la guerra ya terminada. Sé que nada está claro, pero ahí están los libros. Salid ya en su busca.

HELENA:
Responderé anticipadamente a tu acusación, oponiendo mis cargos a los tuyos. Lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona. Dirás que ni siquiera he aludido a la huida de tu palacio. Vino protegido por Afrodita (deidad no despreciable) mi mal genio: Paris, el cual tú, el más descuidado de los hombres, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta a Creta y me raptó a la fuerza. Me acusarás, también, porque después de muerto Paris y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y encaminarme hacia Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas veces me sorprendieron en las fortificaciones descolgándome con cuerdas. ¿Cómo, pues, Menelao, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, ya que esta belleza mía, en vez darme la palma de la victoria, me ha condenado a dura esclavitud?

CORO:
Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.

HÉCUBA:
Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al verle, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tiene en ellas su raíz, y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas poseías en Argos, y al dejar Esparta esperabas que la opulenta ciudad de los frigios soportaría tus excesos, no satisfaciendo tus placeres en el palacio de Menelao. ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¡Qué espartano podrá asegurarlo! Sólo te cuidas de la fortuna, sólo a ella sigues, no a la virtud. ¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas desde las torres, indicando quizá que permanecías en ella contra tu voluntad? ¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su anterior esposo. Yo, incluso, te aconsejé así muchas veces: "Vete, mis hijos contraerán matrimonio con otras, yo te llevaré a las naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos y troyanos". Pero esto te desagradaba, y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el mismo cielo, cuando debías aparecer humilde y desaliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza afeitada y fingiendo modestia en vez de imprudencia, en expiación de tus anteriores faltas. ¡Oh, Menelao! no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole merecida muerte, como corresponde a tu dignidad.

miércoles, 2 de julio de 2008

Kafka y el Padre.


En Cádiz, en la Plaza de San Francisco, hay (o había, hace tiempo que no la frecuento) una librería de viejo, de segunda mano. En el controlado desorden de los anaqueles de la Librería Raimundo, que así es como se llama el sitio, se encuentran antologías de Lorca cohabitando con la Semana Santa de Cádiz en imágenes (edición de 1975) o novelones de Galdós cortejando estampas de la vida de la bahía. Allí, un día, encontré un curioso libro con textos de Cela sobre grabados de Goya y, también, el libro que ha motivado este post, Carta al padre, de Franz Kafka.

No sé los años que hará de aquello (quiero pensar que pocos y productivos), pero no había sido hasta estos días cuando, perdido en el inframundo de mi librería, he recuperado las ciento veinte pequeñitas páginas de la Carta. Franz Kafka es uno de los mejores narradores del siglo XX. Su producción no es extensa, apenas dos novelas, El Castillo y El proceso, otra novela inacabada, América, y unos cuantos relatos, algunos acabados, como La metamorfosis o En la colonia penitenciaria, otros inacabados o apenas esbozados. ¿Por qué, entonces, la consideración de Kafka como uno de los mejores narradores del XX? Para empezar, porque la literatura no se mide en cientos o miles de páginas (esta lección es la que muchos autores de novela actual se perdieron en el colegio), y, sobre todo, porque Kafka fue capaz de crear en sus obras un mundo en el que se retrata un temor inherente a todo hombre: la pérdida de control sobre los propios actos, el control de otros, indeterminados, sobre nuestra propia vida. De ahí el adjetivo kafkiano, que el DRAE define como "absurdo, angustioso", pero que, cuando hemos leído algo de Kafka, podemos definir como lo absurdo o angustioso de una situación en la que una persona se ve involucrada sin saber cómo ni por qué y de la que no puede salir por miedo a unas represalias no necesariamente evidentes ni verdaderas. No me negaréis que esto asusta.

Kafka y su padre no mantuvieron nunca buena relación. Eso, por supuesto, no es nada extraordinario. Quien más quien menos fantasea con la cariñosa aniquilación del padre (o del hijo). Lo llamativo viene del hecho de que Kafka escribiera una extensa carta a su padre explicándole con calma, pero con una dureza infinita, por qué nunca se habían soportado, por qué nunca llegarían a soportarse. Como todos los buenos observadores de la realidad, el autor checo no pretende ofrecernos la relación maniquea entre dos personas y, por tanto, la clara culpabiblidad de una de ellas, sino que es precisamente la frialdad y la equidistancia lo que más nos llama la atención de estas páginas. Kafka, un nino introvertido y temeroso, un hombre traumatizado por la relación con su padre, analiza fríamente, sin autoindulgencia, la vida con su padre, narra, con un deje infinito de pesar, el odio hacia su progenitor, ante el que siempre se sintió inferior.

Así son muchas veces las relaciones entre padres e hijos, también en las parejas. Así suelen ser las relaciones en las que existe dependencia. Francisco Ayala lo expresaba certeramente en Los usurpadores, "el poder ejercido por un hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación". Cabe preguntarnos si son posibles las relaciones humanas sin esa dependencia, sin ese poder, sin esa usurpación. La de Kafka y su padre, desde luego, no lo fue.

Os dejo a continuación cuatro extractos de la Carta. Observad cómo el uso de la segunda persona dota de una cercanía de diamante a las palabras de Kafka. Imaginaos al padre delante, leyéndola.

"Tu opinión era la correcta, y cualquier otra, absurda, exagerada, insensata, anormal. Tu confianza en ti mismo era tan grande que no necesitabas siquiera ser consecuente para que no dejaras, sin embargo, de tener razón. Podía suceder también que acerca de un asunto no tuvieras opinión alguna, pero entonces todas las opiniones que fueran posibles con respecto a ese asunto tenían que ser falsas sin excepción. Podías, por ejemplo, despotricar contra los checos, después contra los judíos, y esto en cualquier sentido, sin discriminación alguna, y al fin no se salvaba nadie, excepto tú. Asumías ante mí el enigma de los tiranos, cuyo derecho se funda en su persona y no en la razón. Por lo menos, así me parecía."

"Todos mis pensamientos se hallaban bajo tu poderosa presión, incluso también aquellos que no coincidían con los tuyos, y especialmente éstos. Todos mis pensamientos en apariencia independientes de ti, llevaban desde el principio el peso de tu veredicto adverso; soportar esto hasta su desarrollo, completo y permanente, era casi imposible. No me refiero aquí a ninguna clase de pensamientos elevados, sino a cualquier asunto pequeño de la infancia. Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta
fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa."

"El mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía por qué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tú exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor."

"Acostumbrabas a decir, como amarga broma, que nos iba demasiado bien. Pero esa broma no era tal, en cierto sentido. Lo que tú debiste conquistar mediante la lucha, nosotros lo recibíamos de tus manos, pero la lucha por la vida, que a ti te fue accesible de inmediato, y que por supuesto nosotros no podemos tampoco eludir, tuvimos que enfrentarla más tarde, en la edad adulta, con armas infantiles. No quiero decir con esto que nuestra situación sea necesariamente más desfavorable de lo que fue la tuya entonces. Es más bien igual (sin comparar, lógicamente, las disposiciones básicas); nuestra desventaja sólo consiste en que nosotros no podemos vanagloriarnos de nuestra miseria, ni humillar a nadie con ella, tal como tú lo has hecho con la tuya. Tampoco niego que me hubiera sido posible disfrutar verdaderamente de los resultados de tu grande y exitosa labor, que hubiera podido aprovecharlos y continuar tu obra, para tu felicidad, pero a ello se oponía nuestro distanciamiento. Yo podía disfrutar lo que me dabas, sólo que acompañado de vergüenza, de cansancio, de debilidad, de sentimiento de culpa. Por eso, sólo pude agradecerte como un mendigo y no con hechos."

Os hablaba más arriba de otras obras de Kafka. De una de ellas, El proceso, existe una versión cinematográfica dirigida por Orson Welles y protagonizada por Anthony Perkins. Al comienzo de esta versión, encontramos uno de mis relatos favoritos de Kafka, Ante la Ley. Este relato siempre me resultó desasosegante, de principio a fin. A ver qué os parece a vosotros.