"El desconocido se detuvo justamente ante la casa en la que el señor Goliadkin tenía su vivienda. Se oyó el tintineo de la campanilla y casi simultáneamente el chirrido del cerrojo. Se abrió el postigo, el desconocido se agachó, quedó visible un momento y desapareció. Casi en el mismo instante llegó allí el señor Goliadkin y se deslizó veloz por el postigo. Sin escuchar al portero, que refunfuñaba algo, entró corriendo en el patio, casi sin poder respirar, y por un segundo alcanzó a ver a su interesante compañero al pie de la escalera que conducía al piso del señor Goliadkin. Éste se lanzó en pos de él. La escalera estaba oscura, húmeda y mugrienta. En los descansillos había montones de basura depositados allí por los inquilinos. Un extraño que subiese esa escalera después de anochecido necesitaría media hora para hacerlo, sin contar el riesgo de quebrarse una pierna, y acabaría maldiciendo la escalera y a los amigos que se habían ido a vivir a semejante lugar. Pero el compañero del señor Goliadkin parecía ser conocido allí, mejor dicho, parecía alguien de la casa. Subía a paso ligero, sin esforzarse y con pleno conocimiento del sitio. El señor Goliadkin estuvo a punto de alcanzado. Dos o tres veces le rozó la nariz el borde del gabán del desconocido. De pronto se le cayó el alma a los pies. El misterioso personaje se detuvo frente a la puerta misma del apartamento del señor Goliadkin, llamó con los nudillos y (lo que en otra ocasión hubiera sorprendido al señor Goliadkin) Petrushka, su sirviente, como si hubiera estado esperando sin acostarse, abrió al punto la puerta y con una bujía en la mano alumbró la entrada del desconocido. Fuera de sí, nuestro héroe entró corriendo en su domicilio. Sin despojarse del gabán y el sombrero siguió por el corto pasillo y se detuvo, como alcanzado por un rayo, en el umbral de su habitación. Todos los presentimientos del señor Goliadkin se habían cumplido. Todo lo que temía y sospechaba se había trocado en realidad. Se le cortó el aliento y sintió un mareo. El desconocido estaba sentado en su propia cama, sin quitarse el gabán y el sombrero; y con una ligera sonrisa, frunciendo levemente el entrecejo, le dirigía un amistoso movimiento de cabeza. El señor Goliadkin quiso gritar, pero no pudo; protestar de alguna manera, pero le fallaron las fuerzas. Se le erizó el cabello y se desplomó exánime del horror que sentía. ¿Y cómo no? El señor Goliadkin había reconocido enteramente a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo, el propio señor Goliadkin, otro señor Goliadkin, pero absolutamente idéntico a él... En una palabra, su doble..."
Ahora actualicemos qué cosa entendemos por novela realista. Sí, empecemos por ahí, por la cronología. Siglo XIX, ¿no? Mediados del siglo XIX, más o menos, en Europa —Tolstoi y Dostoievski en Rusia, Balzac y Flaubert en Francia, Dickens en Inglaterra—, y segunda mitad ya adelantada en España —Galdós escribió La fontana de oro, su primera novela, en 1968—. Ya se sabe, España tiene su ritmo. Y ahora, tratemos de definir qué entendemos por novela realista. Sí, venga, aunque sea una definición un poco escolar: "novela en la que se refleja fielmente la realidad, en la que, a diferencia del Romanticismo, el movimiento literario precedente, se eliminan la subjetividad y la imaginación excesiva y el escritor pretende limitarse a ser mero transmisor —notario casi— de los acontecimientos". Pues bien, ¿cómo nos explicamos que una novela de unos de los grandes escritores realistas, Fiódor M. Dostoivski, titulada El doble (1846), nos presente a un tipo que ha descubierto que tiene un doble exactamente igual a él: su mismo nombre, su mismo trabajo, su mismo aspecto físico...? No me negaréis que esto, de realismo, tiene poco.
Así comienza El doble, una novelita breve en la que Yakov Petrovich Goliadkin, su protagonista, ve tambalearse su vida por la llegada súbita de ¡un doble! Esta novela, que pasó sin mucha pena ni gloria por la carrera literaria de Dostoievski, adelantaba, sin embargo, uno de los grandes temas de la novela del siglo XX: el enfrentamiento de un hombre con fuerzas desconocidas, intangibles y, por tanto, contra las que es imposible luchar, a las que es imposible vencer. Así, la novela se nos presenta como trasunto de aquellas circunstancias existentes (se quiera o no se quiera) en la vida de todo individuo y a las que éste ha de hacer frente con disigual fortuna según los casos, aunque siempre sintiéndose aplastado, empequeñecido por el peso y la importancia de dichas circunstancias.
Sí, Dostoievski se adelantó en casi sesenta años a uno de los grandes novelistas del siglo XX, Franz Kafka, el escritor que mejor ha sabido plasmar la absoluta indefensión e inanidad del individuo frente a fuerzas avasalladoras y desconocidas —y por fuerzas avasalladoras y desconocidas podéis entender el poder, la burocracia, el Estado... cualquier tipo de autoridad superior al individuo—.
Sin embargo... es curioso. Cuando uno termina de leer El doble se da cuenta de que, quizás, sea la novela más realista de Dostoievski. Y es que, como decía Goethe, sólo todos los hombres viven lo humano. ¿Alguien se atreve a averiguar qué es lo humano que se esconde tras el señor Goliadkin? Ya estáis tardando.
1 comentario:
Ay, tras leer esto se confirman mis sospechas: ¡cómo te va a gustar "Las almas muertas", truhán!
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