jueves, 3 de noviembre de 2011

Hace noche de R.R.

Felices, cuyos cuerpos bajo los árboles
yacen en la húmeda tierra,
que nunca más sufren el sol, ni saben
de los cambios de la luna.

Vierta Eolo la caverna entera sobre
el orbe andrajoso,
apedree Neptuno las planas playas
y los erguidos acantilados.

Todo les es nada, y el mismo z
agal
que, acabada la tarde, pasa
bajo el árbol donde yace quien fue la sombra
imperfecta de un dios,

no sabe que sus pasos van cubriendo
lo que podría ser,
si la vida fuese siempre la vida, la gloria
de una belleza eterna.


La unidad dos del libro de Lengua castellana y Literatura de 1º ESO, editorial Anaya, trata el género del sustantivo. En ella, intento explicarles a mis ternascos que no todos los sustantivos —en realidad, son minoría— tienen dos géneros. Solo aquellos en los que se establece una diferencia de sexo, árbol-fruto o tamaño poseen la dualidad genérica. Dentro de ellos, les explico que hay un grupo llamado "heterónimos" en el que masculino y femenino son dos palabras distintas, con distinto lexema (esto del lexema ya se vio en la unidad uno). Los ejemplos del libro son muy claros: caballo-yegua, toro-vaca. Los niños sonríen satisfechos, seguros de saberlo.

Tuyas, no mías, tejo estas guirnaldas,
que en mi frente renovadas pongo.
Para mí teje las tuyas,
que las mías no veo.
Si no pesa en la vida mejor gozo
que vernos, veámonos, y, viéndonos,
sordos conciliemos
lo sordo insubsistente.
Coronémonos pues unos a otros,
y brindemos unísonos a la suerte
que haya, hasta que llegue
la hora del barquero.


Aunque ya hemos leído algunos poemas de Neruda y de mi inevitable Iribarren —ayer, Javier, un iluminado de doce años, me dio un folio con sus primeros poemas manuscritos al tiempo que me devolvía mi antología de Iribarren—, aún no les he hablado de Pessoa. En realidad, hace tiempo que me enseñaron a no hablar de aquello que no conozco, así que mucho me temo que me abstendré de hablarles del poeta portugués. Sin embargo, mañana, quizás, no podré evitar decirles que una vez hubo un poeta que se multiplicaba en otros: Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro. Les hará ilusión, seguro, y pedirán que les lleve un poema de ese hombre tan raro.

¡Tan pronto pasa todo cuanto pasa!
¡Tan joven muere ante los dioses cuanto muere!
¡Todo es tan poco!
Nada se sabe. Todo se imagina.
Circúndate de rosas, ama, bebe
y calla. Lo demás es nada.


Para el lunes, como ya hemos terminado de leer Campos de fresas, les he dicho que busquen la letra en inglés y en español de "Strawberry Fields Ferever", de The Beatles, y que la copien en el cuaderno. Les contaré la triste historia de Lennon, les mentiré algo —como siempre— y les contaré por qué mi sobrino Jorge se llama así.

No solo vino; sino con él el olvido, vierto
en la copa: seré ledo porque la dicha
es ignara. ¿Quién, recordando
o previendo, sonreirá?

De los brutos, no la vida, sino el alma,
consigamos, pensando; recogidos
en el impalpable destino
que no espera ni recuerda.

Con mano mortal elevo a la inmortal boca
en frágil copa el pasajero vino,
turbios los ojos hechos
para dejar de ver.


Hace noche de Ricardo Reis. Llueve. Y existe la conciencia en el ambiente de que todo —lo bueno y lo malo— pasará.

No solo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
no menos nos limita.
Que los dioses me concedan que, libre
de afectos, tenga la fría libertad
de las cumbres desnudas.
Quien quiere poco, tiene todo; quien nada quiere
es libre; quien no tiene y no desea,
hombre, es igual a los Dioses.

2 comentarios:

Juan A. Muñoz dijo...

¡Ay, Pablito! Me he asomado a tu jaula de palabras. Hace madrugada de pellizcos calientes de Neruda, de besos etílicos de Iribarren, de Bukowski, de E.E. Cummings... Besos insomnes.

Pablo dijo...

Desde luego, Juan, de todas esas cosas, siempre y cuando no tengamos cerca otras que, llegado el caso, nos harán mandar los poemas a hacer puñetas.