sábado, 22 de enero de 2011

Dos de junio de 1910.


Quentin Compson y Candance Compson, su hermana que huele a madreselva. Quentin Compson y Harvard. Quentin Compson, el primer Compson que va a la universidad. Quentin Compson y el prado que sus padres han tenido que vender para que él vaya a la universidad. El prado de Benjamin Compson, su hermano idiota. Benji berrea y agarra del vestido a Candance. Pero Candance, pese a que su vestido está siendo agarrado y que su cuerpo está dentro de él, no está allí. Su puntura de labios en otros labios. Su virginidad, desperdiciada. Su barriga, engordando. En algún coche. Con otros.

Y Quentin está furioso porque ha perdido su olor a madreselva. Y no es él quien agarra ya el vestido de Candance, quien se lo ciñe con sus manos mientras le aprieta la cintura, quien se lo quita en la cochiqueta mientras, alrededor de los dos, todo huele a mierda de cerdo y —llueve— el agua se filtra por el techo. Al volver a su dormitorio, Quentin Compson se imagina quemándose en las llamas del infierno. O usando el dinero de la venta del prado de Benji, que está reservado para que él vaya a la universidad, para escapar con Candance donde no haya ojos que los observen, que los acusen.

El ruido y la furia, de Faulkner. Aún quedan más páginas y un par de fechas más.

"Aquí fue donde vi el río por última vez esta mañana, aproximadamente aquí. Más allá del crepúsculo sentía el agua, la olía. Cuando la primavera florecía y llovía el olor estaba por todas partes uno no lo notaba tanto otras veces pero cuando llovía el olor comenzaba a entrar en casa con el crepúsculo o porque al atardecer se intensificase la lluvia o por algo que hubiera en la propia luz pero entonces era cuando el olor se tornaba más intenso hasta que ya en la cama yo pensaba cuándo acabará cuándo acabará. La corriente de aire que entraba por la puerta olía a agua, un continuo hálito de humedad. A veces yo conseguía dormirme repitiéndolo una y otra vez hasta que finalmente la madreselva se mezclaba con todo y todo terminó por simbolizar la noche y el desasosiego y me parecía estar tumbado, ni despierto ni dormido, mirando hacia un largo pasillo de media luz grisácea donde todas las cosas estables se habían convertido en paradójicas sombras todo cuanto yo había hecho eran sombras todo cuanto yo había sentido sufrido tomando formas visibles grotescas y burlándose con su inherente irrelevancia de la significación que deberían haber afirmado pensando era yo no era yo quien no era no era quien."

Leyendo, una de las sorpresas que, de vez en cuando, nos depara la intertextualidad. Un pasaje del libro: "en el bosque las ranas al oler la lluvia en el aire cantaban como cajas de música difíciles de parar". Nacho Vegas tiene un disco titulado Cajas de música difíciles de parar. Aquí la primera canción, "Noches árticas".



1 comentario:

Alba dijo...

Muy bueno, Pablo! Qué alegría poder presumir de profesor! :)