sábado, 15 de agosto de 2009

Entre el centeno.


Cuándo aprendemos a leer. Cuando unimos las primeras letras o cuando descubrimos qué se puede hacer con ellas. No sé cuántos años tenía. Supongo que quince o dieciséis, no sé. Puede que más, o menos. A mi hermano le habían mandado el libro en el instituto. Lo tenía allí, más bien intocado. Desde que lo compró —yo fui con él a la librería— me llamó la atención su título. El guardián entre el centeno.

Lo cogí una mañana y empecé a leerlo. Yo, a mis quince o dieciséis años, más o menos. Y la historia de aquel tío, Holden. Y, sobre todo, su forma de hablar. Casi al final del libro, en el capítulo veintidós, yo aprendí a leer. Lo recuerdo nítidamente. Estaba en el balcón de la sala. Era la casa de mi abuela, aunque ella hubiese muerto hacía ya unos cuantos años. Aprendí a leer mientras Holden le explicaba a su hermana qué quería ser de mayor. Tuve que parar de leer aquello. ¡Joder, qué cosas se podían hacer con las palabras!

Ahora, a cien kilómetros de París, he vuelto a leerlo. Otros quince años después, sigo aprendiendo a leer.


—¿SABES lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?
—¿Qué?
—¿Te acuerdas de esa canción que dice, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...»? Me gustaría...
—Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno» —dijo Phoebe—. Y es un poema. Un poema de Robert Burns.
—Ya sé que es un poema de Robert Burns.
Tenía razón. Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno», pero entonces no lo sabía.
—Creí que era, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo» —le dije—, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.


La obra entera, aquí. Un clásico.

1 comentario:

Eugenia dijo...

Qué de recuerdos... ¿no?