martes, 28 de julio de 2009

Rayuella III. Sobre el lenguaje y lo demás.


Lo hablábamos el otro día. Yo te decía que reconstruir hoy la rosa de Juan Ramón era una inutilidad. Tú, más comedido que yo, me decías que los elementos naturales siguen estando ahí, que son lo único que hay. Yo, matizando, te dije que claro que están ahí, pero que seguir tratándolos igual, con esa trascendencia y esos afanes telúricos, hoy, siglo XXI, con células madre y la madre de las células, ya no. Tú contraargumentaste donde me dolía, Iribarren y Wolfe también usan esos signos. Sí, te dije, pero en ellos no tienen el peso de tanta tradición, mira García Montero, por ejemplo, los sigue usando, aunque para mí muchos de esos usos están ya acabados. La lejanía de los referentes, en eso coincidíamos los dos. Y también en que una cosa es lo que se escribe y otra lo que se lee. ¿Quién nos quita a Garcilaso?

Todo surgió por el capítulo 99 de Rayuela, a la que, como me vaticinaste, se le va cogiendo el ritmo con el paso de las páginas. Sirvan estas líneas para seguir hablando. De literatura, o de lo que sea.


LOS SURREALISTAS
creyeron que el verdadero lenguaje y la verdadera realidad estaban censurados y relegados por la estructura racionalista y burguesa del occidente. Tenían razón, como lo sabe cualquier poeta, pero eso no era más que un momento en la complicada peladura de la banana. Resultado, más de uno se la comió con la cáscara. Los surrealistas se colgaron de las palabras en vez de despegarse brutalmente de ellas, como quisiera hacer Morelli desde la palabra misma. Fanáticos del verbo en estado puro, pitonisos frenéticos, aceptaron cualquier cosa mientras no pareciera excesivamente gramatical. No sospecharon bastante que la creación de todo un lenguaje, aunque termine traicionando su sentido, muestra irrefutablemente la estructura humana, sea la de un chino o la de un piel roja. Lenguaje quiere decir residencia en una realidad, vivencia en una realidad. Aunque sea cierto que el lenguaje que usamos nos traiciona (y Morelli no es el único en gritarlo a todos los vientos) no basta con querer liberarlo de sus tabúes. Hay que re-vivirlo, no re-animarlo.


¿PERO y después, qué vamos a hacer después? —dijo Babs.
—Me pregunto —dijo Oliveira—. Hasta hace unos veinte años había la gran respuesta: la Poesía, ñata, la Poesía. Te tapaban la boca con la gran palabra. Visión poética del mundo, conquista de una realidad poética. Pero después de la última guerra, te habrás dado cuenta de que se acabó. Quedan poetas, nadie lo niega, pero no los lee nadie.
—No digas tonterías —dijo Perico—. Yo leo montones de versos.
—Claro, yo también. Pero no se trata de los versos, che, se trata de eso que anunciaban los surrealistas y que todo poeta desea y busca, la famosa realidad poética. Creeme, querido, desde el año cincuenta estamos en plena realidad tecnológica, por lo menos estadísticamente hablando. Muy mal, una lástima, habrá que mesarse los cabellos, pero es así.
—A mí se me importa un bledo la tecnología —dijo Perico—. Fray Luis, por ejemplo...
—Estamos en mil novecientos cincuenta y pico. —Ya lo sé, coño.
—No parece.


Y POR ESO el escritor tiene que incendiar el lenguaje, acabar con las formas coaguladas e ir todavía más allá, poner en duda la posibilidad de que este lenguaje esté todavía en contacto con lo que pretende mentar. No ya las palabras en sí, porque eso importa menos, sino la estructura total de una lengua, de un discurso.
—Para todo lo cual se sirve de una lengua sumamente clara —dijo Perico.
—Por supuesto, Morelli no cree en los sistemas onomatopéyicos ni en los letrismos. No se trata de sustituir la sintaxis por la escritura automática o cualquier otro truco al uso. Lo que él quiere es transgredir el hecho literario total, el libro, si querés. A veces en la palabra, a veces en lo que la palabra transmite. Procede como un guerrillero, hace saltar lo que puede, el resto sigue su camino. No creas que no es un hombre de letras.


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