Lo descubrí este verano, en junio o julio. Doce años durmiendo el sueño de los justos. Desde el 96 hasta ahora, siglo XXI. Aunque, al escucharlo, seguía pareciendo ajeno al tiempo, o, mejor dicho, superior al tiempo. Omega —esto es, Enrique Morente y Lagartija Nick—y todo el poder críptico de los textos de Poeta en Nueva York, poemario en la nuca que Federico García Lorca descerrajó a la historia de la literatura en 1930, cuando el mundo todo aún se frotaba los ojos por el crack de año anterior.
Una de las muchas cosas que es Poeta en Nueva York consiste en la capacidad visionaria de sus textos al presentar un modelo desquiciado de convivencia entre el ser humano y su hábitat actual, la ciudad. El descoyuntamiento del hombre al sentirse solo, más solo que nunca, rodeado de tanta gente, más gente que nunca. El hambre insatisfecha por las necesidades descubiertas. El grito catártico del rebelado que se pierde en el kilómetro infinito de las avenidas. El ansia del verde frustrado, del amarillo tumefacto, del azul contaminado. La desigualdad absoluta, la infelicidad inmisericorde, la pobreza. La muerte, a secas.
Y una de las muchas cosas que es Omega es la materialización sonora de todo lo anterior con una contundencia, riqueza y terror que consiguen que la atmósfera de los textos lorquianos se hiperbolice hasta provocar, en algunos momentos, la angustia del ahogo. El cantaor Enrique Morente y el grupo de rock Lagartija Nick, ambos granadinos, destruyeron prejuicios, fronteras para crear una de las obras artísticas más importantes de la historia de la música española. Añadieron, además, a Leonard Cohen, admirador y también adaptador de los versos de Lorca.
El resultado, doce años después, sigue siendo sobrecogedor. Atmósferas oníricas, otras aparentemente limpias, pero tras las que se esconde el veneno de las pesadillas, bulerías y soleares mezcladas con el delirio de la distorsión y las sicofonías de la Niña de los Peines y Manolo Caracol... Esta es la historia de nuestra música. Alguien seguirá hablando de este disco cuando hayamos muerto. Y quizás nosotros, los muertos, sigamos sintiendo escalofríos al recordarlo. No va más.
"La aurora"
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
"Vuelta de paseo"
Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
"Pequeño vals vienés."
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
"Ciudad sin sueño. Nocturno de Brooklyn Bridge."
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
2 comentarios:
Un buen disco, una maravilla, una obra maestra... Debe de haber otra definición para una obra (la única escuchada no en directo, sino en cd) que a mí me ha hecho llorar de angustia... y tú lo has explicado de manera bien clara. Gracias.
Son preciosas.
Yo lei esos poemas de pequeña (en realidad casi toda la obra de Lorca, con 12 años) y nunca me habia emocionado tanto como escuchandolo. Claro que tambien era muy pequeña para poder entender algunas formas de ver de Lorca.
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