sábado, 6 de agosto de 2011

Bebiendo la luz (I).


A vueltas, como siempre, con el descubrimiento, que puede suceder cuando y donde sea. El último se llama Confidencias, una antología del poeta murciano Eloy Sánchez Rosillo en la editorial Renacimiento. Las formas de llegar al descubrimiento, decía, son muchas. La historia ha dejado escritas algunas de ellas: el huevo como ejemplo de la redondez del mundo y la búsqueda de unas Indias que no fueron las que tenían que ser, la manzana gravitatoria, Arquímedes y su baño que me enseñaron en la física del instituto...

También se descubren libros, personas. Suelen ser apariciones, fulgores —una palabra muy de Rosillo—, a las que solemos lanzarnos para atrapar, mientras duran, toda la luz que podamos. A veces, es una luz disfrazada de pavesa, que se nos clava en los ojos muy rápidamente pero cuyo calor pronto desaparece. Otras, en cambio, es un fuego cálido, o una llamarada, que prende, crece y, aun en los momentos más fríos, nos calienta con su rescoldo omnipresente. De todo nos encontramos en la vida, de todo nos tenemos que saciar. La historia de la literatura —y de la vida— nos lo lleva diciendo siglos. Carpe diem. Collige, virgo, rosas.

Aviso de caminantes

En la suma de días indistintos
que la vida da al hombre, acaso hay uno
en que el destino, trágico y hermoso,
pasa por nuestro lado y el azar manifiesta
una insólita luz, un desusado
fulgor inconfundible.
Pero no has de dudar. Ten el coraje,
cuando llegue el momento,
de abandonar las cosas con que siempre
te engañó la costumbre, y sube pronto
a ese carro de fuego.
Poco dura
el milagro.
Después, si te negaras
a partir, sólo noche
merecerás. Y nunca, aunque quisieras,
podrás comprar la luz que despreciaste.



El fulgor del relámpago

Hay cosas que la vida te da cuando ya apenas
podías esperarlas, y su luz
maravillosa, elemental, purísima,
te hace feliz de pronto. Y desgraciado,
pues comprendes que no te corresponde
ese milagro ahora y que no debes
a ciegas entregarte a lo que era
propio tal vez de otro momento tuyo,
de un momento anterior, cuando tenías
fuerzas para ser libre.
Mas déjate llevar, y vive esa hermosura
con coraje, sin miedo. A qué pensar
en lo que te conviene. Es muy fugaz la dicha.
No la desprecies. Tómala. Y apura
el fulgor del relámpago.
Después,
tiempo tendrás para seguir muriéndote.



La necesidad, sea el tiempo que sea, que todos tenemos de seguir vivos, de sentirnos vivos, no en el recuerdo, no en la rememoración de lo que fue o pudo haber sido, sino el deseo humano de vivir en presente, sin pensar en más tiempo que en ese, es un tema central de la poesía de Sánchez Rosillo. También el paso del tiempo, la rememoración prudente, sosesagada, reflexiva, de la dicha pasada. Esto lo entronca con poetas como Machado o, por ejemplo, con Zagajewski o Szymborska. Pero eso ya es parte del siguiente post. Sirvan, como adelanto, estos cuatro versos.

Hoy

Toqué entonces el mundo: lo hice mío, fue mío.
Han pasado los años.
Ahora ya solo soy
el que recuerda, el que vivió, el que escribe.

6 comentarios:

Iesus dijo...

Duele cuando en ese momento de disfrute uno sabe que pronto, demasiado pronto, será únicamente "lo recordado". Y duele, pero mucho menos que cuando días, horas, quizá minutos después lo recuerdas.
Gracias, Pablo. Yo s'e porqu'e y me basta.

Anónimo dijo...

Vaya preciosidad de post. Ha traído luz a este día gris y raro, de tormenta brutal por estos lares. Y es que la poesía de Eloy es toda una "apertúrica vocálica", es como un romy repleto de somníferos cuando tienes insomnio. Hacía tiempo que no lo leía y he salido corriendo a la estantería. Me he encontrado entonces con poemas como "Los alrededores de la luz", "De la tristeza del regreso", "Después de la lluvia", "Tarde de junio", "El mar estaba lejos"... Gracias, Pablo.

Pablo dijo...

Como le ocurre a Woody (Allen) con la idea de la muerte, Jesús, la conciencia de fin durante el propio placer nunca abandona. Acompaña. Obsesiona, a veces. No sé si aporta fuerza o se la resta al disfrute. Ese puede ser un buen tema para tratar por nuestro patrón, San Juan Sinmiedo.

Pablo dijo...

En días grises y raros, de tormenta brutal, la poesía está indicada como herramienta necesaria. También en los luminosos -vale, por supuesto, la iluminación de 40w de un romy-, aunque ahí bueno es disfrutar de otras cosas y dejar la poesía para después, que siempre espera. Abre uno el libro, lee, "mientras va cayendo la noche sobre la indiferente ciudad que nos rodea".

Anónimo dijo...

Tienes razón. Eres agudo, Macías. Por cierto, yo veo en la poesía de autores como Sánchez Rosillo, Machado, Zagajewski... un elemento común, muy sutil a veces, intuitivo, pero siempre presente: la gratitud.
Decía el lúcido Epicuro que "la gratitud es también la alegría de la memoria o el amor a lo que fue". André Comte-Spontville afirmó que "la gratitud es el recuerdo agradecido de lo que ha sucedido". Y es que la gratitud trae la "nostalgia buena", con luz, la que da sentido al pasado, porque lo pasado, sea de la naturaleza que sea, siempre tiene un sentido.

Pablo dijo...

Es menester, como tú mejor que nadie dices, ser conscientes de la gratitud para escribir -y comprender- esta poesía.
Qué palabra esa, ¿verdad?. "Gratitud". ¡Cuánto pesa al escucharla y qué liviana cuando se comprende y se practica! Pero, ¿cómo conseguirla?, ¿dónde buscarla? Quizás solo a través de la "dignidad", palabra que, inevitablemente, siempre me recuerda la poesía de V. Aleixandre.
Puede que esa dignidad y esa gratitud sean necesarias para unirnos a lo que fuimos, a lo que hicimos, para que, pasado el tiempo, como en tantos poemas de Rosillo, volvamos la vista y aún sigamos sintiéndonos aquellos, más jóvenes, que nos dejaron atrás; para saber que todavía queda poesía y luz por beber.