lunes, 25 de julio de 2011

En el fin de la noche.

Lugares comunes de wikipedia para Louis-Ferdinand Céline: antisemita, colaboracionista, ser humano nefando y detestable, líos este año con la celebración de un homenaje que al final no fue, admirado por Bukowski y precursor del realismo sucio, bla bla bla...

Ahora, el Céline de Viaje al fin de la noche, novela de 1932:

"La gran fatiga de la existencia tal vez no sea, en una palabra, sino ese enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo, veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para no ser simple, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces, absurdos. La pesadilla de tener que presentar siempre como un ideal universal, superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron."


Nos enseñan en la universidad a los que estudiamos la cosa que las novelas deben tener tramas bien pergeñadas, personajes redondos (se admira especialmente un buen ramillete de secundarios bien formados), lenguaje exacto y elaborado. En fin, todas esas cosas que, es cierto, constituyen una buena novela. Tipo Los miserables, por ejemplo, con su Jean Valjean, su Javert, su Cosette y todos sus avíos. Viaje al fin de la noche no es esto, desde luego.

"En una palabra, mientras estás en la guerra, dices que será mejor con la paz, y después te tragas esa esperanza, como si fuera un caramelo, y luego resulta que es mierda pura. No te atreves a decirlo al principio para no fastidiar a nadie. Te muestras amable, en una palabra. Y después un buen día acabas descubriendo el pastel delante de todo el mundo. Estás hasta los huevos de revolverte en la mierda. Pero de repente pareces muy mal educado a todo el mundo. Y se acabó."


Narrada en primera persona —como no podía ser de otra forma en este tipo de novela—, el protagonista, Ferdinand Bardamu, guerrea en la nada de la primera gran guerra, se marcha a una colonia tórrida en África, después pasa hambre en Nueva York y finalmente vuelve a París, termina sus estudios de Medicina y trabaja en un psiquiátrico. Sin embargo, da igual el destino de Bardamu, son indiferentes los lugares que pise, la gente que se cruce. En todos encuentra lo mismo. Y todos le crean la misma certeza sobre el mundo:

"Lo mejor que puedes hacer, verdad, cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él."


Bukowski encuentra algún refugio en el alcohol. Fante siempre espera la primavera. Céline, en cambio, no busca subterfugios, porque sabe que nada lo salvará, que ningún placer, por excelso que sea, podrá arruinarle la convicción de la inanidad de vivir. ¿Amor? ¿El amor? Claro, sí, lo hay en la novela, cómo no.

"Yo la amaba, desde luego, pero más aún amaba mi vicio, aquel deseo de huir de todas partes, en busca de no sé qué, por orgullo tonto seguramente, por convicción de una especie de superioridad."


Aterra asomarse a algunas páginas de esta novela. Juntos hemos pasado algún amanecer, dos o tres madrugadas. Me he reencontrado impreso, tiempo después, sabiendo que todo sigue donde lo dejé. Asusta el poder de los libros. Ahondan en la pequeñez de tu íntima desgracia, tan nimia, tuya, única, persistente.

"De tanto verte expulsado así, a la noche, has de acabar por fuerza en alguna parte, me decía yo. «Ánimo, Ferdinand —me repetía a mí mismo, para alentarme—, a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos hasta el fin de la noche!»






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