viernes, 4 de marzo de 2011

C

Cosa mala lo llama mi madre. Un claro ejemplo de disfemismo. Pero, ya se sabe, hay realidades que mejor no nombrar. Como si la mención del significante fuese una invocación de mal augurio, como si nombrar la realidad con ese arma bravamente inofensiva que es el lenguaje supusiese conjurarla para que apareciese, para que se manifestase. Cosa mala, suele decir. Fulanita tiene una cosa mala. Zutanito se ha muerto de una cosa mala.

Cuando yo era pequeño y escuchaba a mi madre decir eso, me imaginaba una enfermedad corporeizada en azar que iba elegiendo arbitrariamente a sus víctimas. Como diría Iribarren, "suerte si no te toca a ti". Luego, con los años, me he ido dando cuenta —y he ido temiendo— de que, en efecto, es más o menos así. Un desvanecimiento y cáncer. Una exploración rutinaria y cáncer. Unos análisis cuyo resultado no cuadra y cáncer. Cagas sangre un día y, por supuesto, cáncer. Buen tema para un post, ¿verdad? Todo, incluso esto, tiene su justificación.

Estaba en la librería. Chispeaba afuera y tenía entradas para el teatro. Casa de muñecas, de Ibsen, en un montaje de Daniel Veronesse. No era mal plan para un sábado por la noche. Había gente en la librería, pero si quieres estar solo en una librería abarrotada solo tienes que irte a la sección de poesía. Allí hay espacio de sobra. Muchos libros de los mismos de siempre, los clásicos, los imprescindibles. Como tiene que ser. Machado, Darío, Shakespeare, Juan Ramón, Lorca, Rilke, Alberti, Whitman... Y en la primera posición del antepenúltimo estante estaba esperándome. Antes de cogerlo ya supe que lo compraría. Antes de ver su título, su autor. Sé que quien nunca ha sentido suyos los libros no podrá comprender lo que digo, pero los libros, a veces, nos eligen. Era fino, de lomo blanco, y con el nombre del autor en letras pequeñas. Peter Reading. Leí la solapa. Nacido en 1946, en Liverpool. Estudió pintura en el College of Art. Enseguida pienso en los Bealtes, en Lennon. Ese Reading ya me iba gustando. "Su poesía experimenta y juega de manera libre con las tradiciones formales del inglés. Emplea tanto versificación tradicional como innovadora, y un lenguaje tanto clásico como coloquial." Estaba seguro, no me había equivocado. "C —así se llamaba el libro— tiene la crudeza de la descripción de circunstancias extremas y sin retorno, pero muy comunes. Por lo que se palpa el sufrimiento como cercano. Frente a la enfermedad, la más amenazante, el cáncer, el poeta invoca todas las fuerzas que le pueden socorrer y consolar: su bagaje cultural, los recuerdos, el anecdotario, la proyección en el prójimo, la distancia y el sarcasmo." Miré la editorial, La Poesía, señor Hidalgo. Curioso nombre. Abrí el libro. Primer poema. Este.


La placa de latón gastada ya sin ningún nombre. Escalones de piedra vaciados por la asustada y esperanzada ascensión, por el aterrado y desesperado descenso. (Probablemente entre tres y cuatro meses, quizás cien días). De los consultorios de esta calle georgiana, y de calles semejantes en ciudades semejantes, algunos de nosotros surgimos diariamente llevando los espantosos pronósticos médicos. Cómo te odiamos a ti, atareado, ordinario e imperecedero taxista, a ti, proveedor del Evening Star, a ti secretaria botando pasteles de carne maleable. Incongruentemente tengo planeado 100 unidades de 100 palabras. ¿Qué coño esperas que haga, que me ponga a escribir haikus?

El verso es para saludables
faranduleros. Los moribundos
y cirujanos usan la prosa.



Así, tan claro, tan luminoso, tan aséptico, tan limpio. Ya sabía que era mío, que iba a ser mío para siempre, que era mi descubrimiento, del que me sentiría orgulloso cuando hablara de él, cuando otros lo alabaran en mi presencia, o en mi ausencia.

«El tío seguramente más lacrimógeno que nunca he encontrado me dijo esto en el salón de Los Carboneros:

"Ya han pasado muchos años, pero, ¡joder!, todavía puedo sentir su mano rozándome el instrumento mientras ellas conducía lentamente por el camino bordeado de setos. Paró el coche, se pasó la lengua por los labios, gimió y me besó.

¡Santo Dios! las lenguas sorbían como babosas retorciéndose, entonces ella dijo 'Hostia, es que te comería', y bajó la cremallera de mis Levi's gastados, abrió la bragueta y se la tragó toda. No volveré a verla nunca más. Tengo cáncer de vejiga."»


Uno más. Objetivo. Sin adornos. No los necesita.

«La retención puede hacer surgir excesivo dolor; / la incontinencia, por contra, causa vergüenza / y cierta inconveniencia. / Las colostomías, que cortocircuitan el intestino / abiertas en el abdomen frontal, / pueden causar aflicción al principio, pero nada como / la angustia queel bloqueo / no aliviado / causaría. Poco después de la cirugía, parece que / cierta suciedad de la nueva colostomía es inevitable: los pacientes se dan / cuenta de que pueden ensuciarse y oler...»


El último.

Solía salpicar mi poesía con sofisticadas alusiones a la querida Ópera y al divino Arte (a uno constantemente le recordaban el libreto de A. du C. Dubreuil para la Ifigenia en Táuride de Piccinni; a uno constentemente le recordaban el busto de una mujer coronada de Niccolò di Bartolomeo da Foggia, sin duda una elegoría de la Iglesia, del púlpito de la catedral de Rovello, ca. 1272) pero repentinamente son desesperadamente inadecuadas. ¿Dónde está la trascendencia cultural europea en los tubos que asoman por la nariz, en las venas o saliendo del culo? Me han metido un tubo en la polla y diagnosticado un carcinoma en el vejiga. Uno no recuerda a Piccinni.


En internet, no he encontrado nada de Peter Reading en español. La entrada de la wikipedia en inglés tiene tres líneas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre descubriendo poetas interesantes, Pablo.

Manuel Antonio, de La Arboleda