sábado, 23 de enero de 2010

Ezequiel 25:17.

"EL CAMINO del hombre recto está por todos lados rodeado por la injusticia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel Pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque él es el verdadero guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé cuando caiga mi venganza sobre ti!" Ezequiel 25:17.




Entonces ya comenzaba yo a comportarme como un inadaptado, yendo solo al cine y peleado con el mundo que conocía. Ignoraba por aquellos años, pese a que creyera saberlo todo —ay, la cándida estupidez de los que un día fuimos niños—, las cicatrices que eso dejaba, deja. Creía que algún año más cercano que distante iba a ser el mío y, a partir de ese momento, las cosas cambiarían. Para mejor, claro. Hoy, igualmente estúpido pero con la inocencia arrojada entre bilis y asco de mí mismo, me limito a purgar fantasmas irónicamente con versos que recogen desengaño y nada: "Eso —te dices—, tú sigue así, esperando que te llegue tu momento. Que ya verás cuando te des cuenta."

Pero no es esto de lo que os quiero hablar hoy. La cosa va de cine. De cine y narración. Este viernes, mientras conducía de Lepe a Arcos para llevar el coche al taller y pagar con buena cara —encima da uno las gracias—doscientos euros por un par de ruedas, pensaba en mis queridos alumnos de primero de Bachillerato y en lo que habíamos visto en clase los últimos días: tipologías textuales, texto narrativo et alii. Pansaba en el tiempo narrativo, en la linealidad, en el flash-back (recordad, niños, el capítulo del miedo a volar de Marge Simpson), en el flash-forward (ídem para un capítulo cualquiera de CSI), y en cómo mostrarles claramente que en la narrativa moderna los juegos temporales son muy normales, y que, además, esos juegos tienen como objetivo en muchos casos mostrar la fragmentación de la vida actual y el desquiciamiento del personal. Por si esto fuera poco, pensaba en uno de los constituyentes básicos del texto narrativo, el personaje, y en que es también moneda de cambio habitual de la narrativa moderna crear personajes múltiples, colectivos, o crear textos en los que aparezca un gran número de personajes cuyas historias o vivencias se mezclen, se confundan. Por si hay algún purista por ahí, que de todo hay en la viña del Señor, soy consciente de que estos juegos se han hecho de toda la vida de Dios, pero cuando hablo de narrativa moderna me refiero a nuevas formas de afrontar el hecho narrativo, estén los textos escritos en el siglo XVII (el Quijote, ni más ni menos) o en el siglo XXI.

En fin, que todo esto pensaba yo —sí, tenéis toda la razón, ¡vaya vida miserable debe llevar este tipo para pensar un viernes recién salido del trabajo en estas cosas!... os remito al segundo párrafo— cuando se me ocurrió Pulp Fiction, película imprescindible de Quentin Tarantino, como muestra perfecta para comprender, más allá de mis explicaciones insuficientes, la maravilla del arte de contar. Saltos en el tiempo, diálogos vibrantes, personajes cuyas vidas se cruzan, se mezclan, se separan, acción, tiros, sangre, palabrotas, una banda sonora para llevarse al fin del mundo... Joder, tíos, ¿qué coño hacéis leyendo esto en lugar de pinchar más abajo y comenzar a ver la peli?


Así pues, queridos míos, quien se sienta preparado puede reclinar su asiento, desabrocharse el cinturón, abrir bien los ojos y alucinar con esta peli. Pinchad aquí, hombres y mujeres de Dios, para verla... y no se lo contéis a nadie.



Nota a pie de página: hay un capítulo de Los Simpsons en el que se parodia una escena de Pulp Fiction. Mirad, mirad..., ¿lo recordáis?


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