Era lo que me hacía falta este fin de semana: montañas de exámenes por corregir y una enfermedad extraña que me provoca fiebre, dolor de cabeza y de garganta y una sensación no del todo desagradable de estar flotando. Intentaré no sucumbir al pastilleo médico, que uno ha leído a Molière y sabe cómo se las gastan estos tipos. Así que si de placebos se trata, mejor me agarro La ciudad de Karmelo Iribarren y cumplo con el tercero de los cuatro post que os tenía prometidos. Además, éste me viene muy bien ahora: hablemos de la vida y del paso del tiempo, no en balde entre los temblores, los pañuelos y el zumo de naranja —¿alguien me puede aclarar de una maldita vez si el zumo de naranja sirve para algo en lo que a enfermedades se refiere?— me siento un viejo total. Bueno, a esto también contribuyen los casi treinta tacazos, pero como me ponga a pensar en eso creo que acabaré echándole mano a la gillette, y no para afeitarme, precisamente, aunque, ahora que lo pienso, un afeitadito no me vendría mal. Bueno, a lo que vamos: la vida y el tiempo. Jajajaja, vaya joda las dos.
"La felicidad"
Te sientas en una terraza
a tomar algo.
A pocos metros de ti,
niños y niñas patinan, saltan
a la comba, se pelean...
Enciendes un cigarro,
fumas plácida-
mente. Al fin llega
la cerveza: en su punto,
espumeante, fresca.
Cierras los ojos
y «esto es la felicidad»,
te dices.
Luego los abres
y ves a ese pobre viejo
hurgando en las papeleras.
Claro que esto va por barrios. No me negaréis que es mejor pincharse la concienzucha burguesa nuestra durante cuatro o cinco segundos que ser el tipo que rebusca en las papeleras. Mira, a lo mejor la imagen del viejito nos da para llenar los vacíos de conversación de nuestras vidas vacías criticando a los yankis, al capitalismo, a los banqueros y a Aznar (entre otros). Eso sí, mejor ir pidiendo otra cerveza más.
"Trágame tierra"
El semáforo cambia a ámbar,
no me va a dar tiempo
a pasarlo,
acelero,
pero es inútil,
rojo.
Freno,
y me entretengo mirando
a una deliciosa pelirroja
que empieza a cruzar
la calle,
y que me mira
a su vez,
que no me quita ojo,
y que resulta ser
—trágame tierra—
una amiga de mi hija.
Conclusión: no pienso pararme en ningún semáforo en rojo más. Prefiero el cajón a la visión inasible de la pelirroja.
"Señor"
No es que me moleste
en sí, pero
cuesta acostumbrarse.
Eso de que vayas
por ahí
tranquilamente
y se te acerque
una chavala
y te diga:
«¿Tiene hora, señor?»,
eso de que te saquen
de la pista
con tanta educación,
no es fácil de asumir,
qué duda cabe.
Y si eres calvo, ya ni te cuento. A todo esto, ¿alguien tiene algún kleenex por ahí? Entre las lágrimas y los mocos no doy una.
"Las resacas"
Las primeras tienen
su cosa, es cierto. Otra vez
con el trago en la mano,
uno se siente a gusto de sentirse
tan mal, de tener ese cuerpo,
de ser al fin el blanco
de miradas y risas (comentarios
jocosos, vacilones), ya sabes,
de sufrir como un hombre.
Luego vienen las otras,
las de siempre, las clásicas,
sin el encanto de la novedad,
las que uno ya conoce en su justa
medida, aburridas y tercas,
pegajosas, las que apenas
sorprender, las que una mañana
te avisan que ojo al parche,
pero tú ni te enteras.
Las últimas resacas,
las auténticas, las de verdad,
las que ni risas ni miradas
que valgan, las del vómito
encima, las del asco
y las lágrimas, las del miedo
a vivir y a morir de repente,
las de la más absoluta soledad,
ésas, amigo mío, mejor
que no las tengas que pasar.
Esto, para los que nos creemos muy hombres y, en realidad, somos tan estúpidos que somos incapaces de ver el patetismo de nuestra propia podredumbre. Las primeras tienen esa cosa de la juventud, de consecuencia del absurdo rito iniciático que la comunicad te impone para considerarte un tío. Las últimas contienen la arcada desesperada para, una vez que has conseguido esa consideración, olvidarte de que lo eres.
"Se acabó el cuento"
Se acabó el cuento,
amigo: esto es la vida.
Todos los grandes sueños
con los que hasta ahora
te has entretenido,
puedes dejarlos a la entrada.
Aquí no sirven de nada.
Y ésta es la consecuencia. Veámoslo a lo Juan Ramón. ¿Os acordáis del poema aquel de "Vino primero pura..."? En él, la concepción de la poesía de Juan Ramón pasa por distintas etapas hasta que, al final, se va desnudando ante el engolfamiento del Juanrra. Pues lo mismito pero cambiando la poesía —¿eso para qué sirve, maestro?— por la vida. ¿Cuál de los dos poemas preferís?
"Al límite" (poema dedicado a todos vosotros)
Tienes veinte años,
tienes a la vida
por el cuello,
a tu merced;
pero no es suficiente,
quieres más.
Conozco
esa sensación.
Y te deseo mucha suerte,
porque la vas a necesitar.
Suerte, muchachada.
Os debo todavía un último post.
sábado, 28 de marzo de 2009
Confidencias (III). Vida, tiempo.
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4 comentarios:
"Conclusión: no pienso pararme en ningún semáforo en rojo más. Prefiero el cajón a la visión inasible de la pelirroja."
Por qué no? No sabes qué puede haber detrás....
Anda, mejórate, que me das penita.
Un beso,
Eugenia
Escucha "Miserere" de "The Cat empire", me ha recordado a esa canción el primer texto sobre el viejo hurgando en las papeleras... Mírate la letra.
Presuponiendo conocimientos de inglés, claro si no, merece la pena intentar traducirla. O dímelo y te la paso ya traducida
Recuerdos, Jesús Rivera.
Joder, que buenos poemas y los comentarios mejor aun, pero bueno se nota que no tienes un pelo de tonto :D (indirectas incluidas)
REcuerdos, 1 Piano :D
Buen poema, buena critica da gloria leer esto:D un poco malo la verdad prefiero cosas que no te empujen al suicidio......:D
Pero weno se nota que no tienes un pelo de tonto.....xDDD (indirecta incluida)
SAludos, 1 Piano
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