sábado, 6 de septiembre de 2008

Nada grave.


Sin ti la poesía
ya no me dice nada,
y nada tengo que decirle a ella.
La única palabra
que entiendo y que pronuncio
es ésta
que con todo mi amor hoy te dedico:
nada.


Cualquier cosa carece de importancia. O la nada —quizás como metáfora de la muerte— es lo único que realmente importa, lo único grave. Ésa es la ambivalencia a la que juega Ángel González en su último poemario. Son veintisiete poemas. Algunos ya habían aparecido en revistas, en periódicos. Tras la muerte del poeta, su viuda encontró los textos ordenados, como si Ángel González los hubiese preparado para ser publicados. Textos pesimistas, más aún que los que componían Otoño y otras luces, su último —penúltimo ahora—poemario, textos que hablan sin velos, ensoñaciones ni escapatorias de las mezquindades del hombre, de la muerte, del paso del tiempo. Del final.

Largamente sentido, un avance contemplado poco a poco. Por eso el poeta ha podido estudiar —nunca limar— todas las aristas del final, todo su poder de destrucción-liberación. Y acepta su llegada con una frialdad que conmueve tanto, que impresiona e hiere tanto, que nos hace preguntarnos si tras toda ella no seguirán percutiendo desquiciadas las ganas de vivir. Ambivalencia, otra más, juego o humorada de Ángel González, tan inclinado a estos artificios de la sonrisa y la inteligencia.

Nada grave, pues, de Ángel González. En la editorial Visor, colección Palabra de honor. En mis últimos días de Albero hablé de este libro, entre otros, con Fran. Como soy torpe y lento para los regalos, Fran, permite, al menos, que te haga llegar, si te llegan, estos poemas que, entre conversaciones cruzadas, yo te quería mostrar. Algunos hablan del tiempo. "El tiempo... Ahí me has dado, ladrón." Urgidos de la sed que un soplo sacia. Un abrazo, Fran.


Última gracia

Acaso
ese golpe final
—yo ya caído—
no fue otro acto de crueldad,
sino una prueba
de la piedad que decían no tenerme.


Siempre la esperanza

Esperar la desdicha,
¿es una forma de esperanza?
La menos peligrosa, en cualquier caso.
La que no puede defraudarnos nunca.


Por raro que parezca

Me hice ilusiones.
No sé con qué, pero las hice a mi medida.
Debió de haber sido con materiales muy poco consistentes.


De todas formas

Lo que queda
—tan poco ya—
sería suficiente
si durase.


Quizá mejor ya no

Tanto la he llamado, tanto
he suplicado su asistencia,
que ahora,
cuando apenas si tengo ya voz para llamarla,
casi lo que más temo es que al fin venga.

No me vuelva a dar la vida.


Ambigüedad de la catástrofe

Lo había perdido todo:
amor, familia, bienes, esperanzas.
Y se decía casi sin tristeza:
¿no es hermoso, por fin, vivir sin miedo?


No hay prisa

Deja que pasen estos días,
deja que pasen estos años,
y entretanto
agradece el regalo de la luz
del cielo de diciembre,
tan discreta
que es casi sólo transparencia,
no ofende y es muy bella.

Deja que pasen estos años,
son pocos ya,
sé paciente y espera
con la seguridad de que con ellos
habrá pasado
definitivamente todo.


Ya casi

Esto,
que está muy mal,
está pasando.
Como pasó el amor,
pasará el desconsuelo.
¿Acabaré agradeciendo al tiempo
lo que en él siempre odié?
Que todo pase,
que todo lo convierta al fin en nada.

1 comentario:

Fran Pavón dijo...

Pablo, muchas gracias por este regalo, que me viene divino en este martes de vacío en la Campana. Cuando creemos haberlo perdido todo nos quedamos muy tranquilos ("vivir sin miedo") pero entonces veo estos regalos y me doy cuenta que no se pierde nada que siempre vamos ganando algo, lo que pasa es que somos muy dados a pensar que "cualquiera tiempo pasado fue mejor". Y si no es así... siempre nos quedará París. Un abrazo, lepero.