Mientras vuestros bolígrafos fatigaban la inercia de los exámenes de Lengua y Literatura de la última semana, yo me sentaba en el escalón de la tarima del salón de actos (o del S.A.M., o como lo queráis llamar, pues, para este post, el nombre no es arquetipo de la cosa), y leía. Poemillas, sin maldad, sin hacerle daño a nadie. Me reencontraba con los versos de uno de mis poetas de cabecera, Vicente Aleixandre, sevillano por accidente, malagueño por convicción y madrileño por postración en su residencia de la calle Velintonia. Ahora, tras el viaje a Zamora, he vuelto a aquellos poemas. Es curioso lo que ocurre a veces con la lectura. Sucede que los libros parecen esperarnos -o, quizás, somos nosotros los que esperamos a los libros-, y se nos avienen a la vida -o, quizás, somos nosotros los que nos avenimos a sus letras-, y acabamos inyectados los unos por los otros. Ahora veréis por qué.
El tiempo, como decía Cernuda de la muerte, es una graciosa red de cazar mariposas. Todos nos vemos delicadamente aherrojados por su seda tibia, leve, translúcida, que no transparente. Cambia, sin embargo, nuestra percepción de su transcurso.
Mientras escribíais vuestros exámanes, mientras mirabais techos, paredes o folios cercanos esperando que la Vigen María destilara compasión, mientras viajábamos por los Arribes del Duero o mientras confraternizábamos en las habitaciones de la residencia, yo pensaba en vuestra edad, en la mía, en la edad que yo tenía cuando hacía lo mismo que vosotros estabais haciendo, en la que tendréis todos vosotros cuando hagáis lo que yo estaba haciendo en ese momento. Y, entonces, leía o rememoraba los versos de Aleixandre que hoy os quiero mostrar.
Como del resto de la literatura, también de Vicente Aleixandre se hacen taxonomías, clasificaciones. Reducciones escolares, académicas en fin. Suele hablarse en la producción poética de Aleixandre de tres etapas: comunión (a ésta pertenecen los poemas más marcadamente surrealistas en los que el amor y la unión física tienen un papel principal), comunicación (encontramos aquí poemas de hermanamiento social del ser humano), y, finalmente, conocimiento. Aunque bien poco se explica a Aleixandre en clase, con algo de suerte se puede mal leer un poemita o dos de las primeras etapas. De la tercera, en cambio, nada. Son, precisamente estos poemas, los que me traen aquí hoy.
Vicente Aleixandre, en su senectud, reflexiona, fundamentalmente, sobre qué cosa es el conocimiento, la sabiduría y, unido a estos conceptos, se acerca al tema del paso del tiempo. Ya veis, siempre el tiempo, verdad última de nuestro goteo vital. Y reflexiona Aleixandre sobre qué cosa es el paso del tiempo y sobre la percepción que de ello se tiene en las distintas etapas de la vida. Eso pensaba yo mientras os veía afanaros en vuestros exámanes, y me recordaba a mí mismo no hace demasiado en vuestra misma situación, arqueando mi espalda y retorciéndome el rostro para recordar la fecha inútil que me daría medio punto más en el examen. Eso pensaba yo mientras os abrazabais en Zamora, mientras reíais, mientras caminábamos cansados, mientras llorábamos en la despedida. Cómo se vive el paso del tiempo.
Vosotros siempre tendréis la misma edad. Delante de mí tendré siempre esbozos de catorce, quince, dieciséis, diecisiete años. En cambio, el esbozo que soy yo, que somos todos los actores que nos dedicamos a esto, irá envejeciendo. Lenta pero irreversiblemente. Vosotros, sin notar el paso del tiempo; nosotros, sin quererlo notar. Es curioso cómo, en ocasiones, el ser humano intenta enmascarar las muestras palpables del transcurrir de su propia existencia. Qué le vamos a hacer, si esto es ser hombre.
He aquí esos poemas del honor, del horror, de lo inmarcesible y de lo ajado ya. A todos nos tocó. A todos, tarde o temprano, nos volverá a tocar, pues, como escribía Goethe, "sólo todos los hombres viven lo humano".
Los dos poemas que siguen pertenecen al libro Poemas de la consumación (1968).
"Los viejos y los jóvenes"
Unos, jóvenes, pasan. Ahí pasan, sucesivos,
ajenos a la tarde gloriosa que los unge.
Como esos viejos
más lentos van uncidos
a ese rayo final del sol poniente.
Éstos sí son conscientes de la tibieza de la tarde fina.
Delgado el sol les toca y ellos toman
su templanza: es un bien —¡quedan tan pocos!—,
y pasan despaciosos por esa senda clara.
Es el verdor primero de la estación temprana.
Un río juvenil, más bien niñez de un manantial cercano,
y el verdor incipiente: robles tiernos,
bosque hacia el puerto en ascensión ligera.
Ligerísima. Mas no van ya los viejos a su ritmo.
Y allí los jóvenes que se adelantan pasan
sin ver, y siguen, sin mirarles.
Los ancianos los miran. Son estables,
éstos, los que al extremo de la vida,
en el borde del fin, quedan suspensos,
sin caer, cual por siempre.
Mientras las juveniles sombras pasan, ellos sí, consumibles, [inestables,
urgidos de la sed que un soplo sacia.
"Rostro final"
La decadencia añade verdad, pero no halaga. Ah, la vicisitud
no se cancelará, pues es el tiempo.
Mas, sí su doloroso error, su poso triste. Más bien su torva imagen,
su residuo imprimido: allí el horror sin máscara.
Pues no es el viejo la máscara, sino otra desnudez impúdica;
más allá de la piel se está asomando,
sin dignidad. Desorden: no es un rostro el que vemos.
Por eso, cuando el viejo exhibe su hilarante visión se ve entre rejas,
degradado, el recuerdo de algún vivir, y asoma
la afilada nariz, comida o roída, el pelo quedo,
estopa, la gota turbia que hace el ojo, y el hueco o sima donde estuvo la boca y falta. Allí una herida
seca aún se abre y remeda algún son: un fuelle triste.
Con los garfios cogidos a los hierros, mascúllanse
sonidos rotos por unos dientes grandes, amarillos,
que de otra especie son, si existen. Ya no humanos.
Allí tras ese rostro un grito queda, un alarido
suspenso, la gesticulación sin tiempo...
Y allí entre hierros vemos la mentira final. La ya no vida.
domingo, 18 de mayo de 2008
Aleixandre o el tiempo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me ha gustado mucho lo que has escrito, Pablo. Generación del 27.........!!! Jaja.
La verdad, pienso que es normal que si nos encontramos de nuevo cuando pase un tiempo, creerás todavía que somos esos alumnos de 17 años que tuviste, y al ser así, no tienes porqué preocuparte, ya que al igual que tú me ves como niña de 17, yo siempre te veré como niño de 28.
Un saludo!
Eugenia.
El tiempo... Ahí me has dado, ladrón. Esta es una de las pocas verdades seguras que tenemos.
Yo, que soy mucho más viejo que tú (no más sabio, hermano), me he repetido muchas veces esos primeros versos del poema de Aleixandre: "ahí pasan, sucesivos, ajenos a la tarde gloriosa que los unge". Esa es la realidad de los que nos dedicamos a la enseñanza: ellos son siempre iguales, "inmarcesibles" y yo llevo ya veinte años (¡veinte!,acabo de darme cuenta que estoy como el Albero, de aniversario), veinte años, digo, viéndolos así.
El último verso es de altar:"urgidos de la sed que un soplo sacia" (Pa ponerlo en la chimenea)
Fran Pavón
Publicar un comentario