jueves, 15 de enero de 2009

Desde el subsuelo.


Ahora vendría bien comenzar este post con una referencia, por ejemplo, a Maridos y mujeres y decir que en ella Woody Allen, mientras habla de literatura rusa con su tierna alumna Juliette Lewis, le asegura que Dostoievski es un "menú completo". Vale. O tirar de los dos o tres libritos que he leído de este tío y, a medias con algún plagio de internet, malparir aquí alguna subagudeza sobre cómo escribe y piensa en tal Fiódor. Vale. Pero resulta que Memorias del subsuelo trata, precisamente, de todo esto, de la destrucción de las máscaras que nos fabricamos para vivir. Así que, para ser honesto, lo que tendría que hacer es copiar el texto que quiera y punto. En realidad, no lo hago para ser honesto, simplemente no tengo ganas de escribir. ¿Alguien quiere un menú completito de desenmascaramiento en vena? Pues creo que las librerías cierran a las nueve o nueve y media. Bueno, la de El Corte Inglés, a las diez. Y sería un puntazo comprar este libro ahí.


"Recuerdo muchas cosas con desagrado, sin embargo... ¿no será mejor finalizar aquí estas «Memorias»? Creo que fue un error escribirlas. En todo caso no he dejado de sentir vergüenza mientras escribía este relato; será que se trata más de un castigo correctivo que propiamente de literatura. Puesto que contar, por ejemplo, largas historias sobre cómo malgastaba yo mi vida pudriéndome moralmente en un rincón a causa de mis pocos medios, la pérdida del contacto con las cosas vivas y la vanidosa maldad del subsuelo, ¡lo juro por Dios, que es muy poco interesante! En una novela tiene que haber un héroe, y aquí se reúnen a propósito todos los rasgos de un antihéroe, y lo que es más importante aún, que todo eso produce una sensación de lo más desagradable, dado que hemos perdido la costumbre de vivir, y el que más o el que menos cojeamos todos. Hasta tal punto estamos desligados de la vida que hasta sentimos aversión hacia la auténtica «vida viva», y no soportamos que nadie nos la recuerde. Hemos llegado al extremo de tomarla por un trabajo, como si de un servicio se tratara, y en nuestro fuero interno nos persuadimos de que es mucho mejor vivir conforme a los libros. ¿Y qué andamos frecuentemente escarbando por ahí, de qué nos encaprichamos, y qué es lo que pedimos? No lo sabemos ni nosotros mismos. Y todavía sería peor para nosotros si se cumplieran todos nuestros deseos y caprichos más remotos. ¡Inténtenlo, ofrézcannos más autonomía, desaten las manos a cualquiera de nosotros, amplíen el campo de nuestras actividades, debiliten la influencia de la tutela, y... les aseguro que al instante pediríamos ser nuevamente protegidos por la tutela! Sé que ustedes probablemente se enfaden conmigo y griten dando patadas al suelo: «¡Hable usted de sí mismo y de sus miserias del subsuelo, pero no ose decir todos nosotros.» Permítanme, señores, pero no me estoy disculpando con esa generalización. Respecto a mí, he de decir que he llevado hasta el último extremo aquello que ustedes no se han atrevido a llevar ni a la mitad del camino, y, por si fuera poco, toman por cordura su propia cobardía y se tranquilizan engañándose a sí mismos. ¡Hasta posiblemente resulte que esté yo más «vivo» que todos ustedes! ¡Vayan con más cuidado! ¡Ni siquiera sabemos en qué consisten las cosas vivas, ni qué es lo vivo, ni qué nombre tiene! ¡Déjennos solos y sin libros, y al momento nos extraviaremos, nos perderemos, no sabremos qué hacer, ni dónde dirigirnos; qué amar y qué odiar, qué respetar y qué despreciar! Nos pesa ser hombres, hombres auténticos, de carne y hueso. Nos avergonzamos de ello, lo tomamos por algo deshonroso y nos esforzamos en convertirnos en una nueva especie de seres omnihumanos. Hemos nacido muertos y hace tiempo que ya no procedemos de padres vivos, cosa que nos agrada cada vez más. Le estamos cogiendo gusto. Pronto inventaremos la manera de nacer de las ideas. Pero por ahora basta; no quiero escribir más «desde el subsuelo»..."

Ea, F-I-N.

sábado, 3 de enero de 2009

Die Welle.


Hace años, en Badajoz, en un tiempo en el que el primer (o el segundo, ya no recuerdo) Gran Hermano causaba furor y estridencias en el territorio patrio, tuve la oportunidad de ver una película alemana llamada El experimento. El punto de partida no podía resultar más coincidente: con la excusa de investigar científicamente el comportamiento agresivo de los seres humanos en un entorno coercitivo, veinte personas son encerradas en una cárcel. Diez son guardianes; diez, prisioneros. Os podéis imaginar que la detentación del poder de un ser humano sobre un semejante es una oportunidad irrenunciable para mostrar lo peor de nosotros mismos. El experimento acabó, pues, como tenía que acabar. Ya lo dice el tierno refrán español: "Dale a Juanillo un carguillo".

La Ola (Die Welle) también propone otro experimento, y también percute sobre otra de las debilidades humanas. En un instituto de secundaria alemán, se celebra una "Semana de proyectos", semana dedicada al tratamiento monográfico de una determinada materia. Rainer Wenger es un profesor —okupa en sus años universitarios— al que le hubiese gustado impartir el proyecto sobre Anarquía. Sin embargo, contra su voluntad, se ve obligado a impartir el de Autocracia (sistema de gobierno en el cual la voluntad de una sola persona o de un grupo es la suprema ley). Sus alumnos —os lo podéis imaginar— están tan desmotivados como él. Sólo pretenden trabajar y pensar lo menos posible. El primer día, hablando sobre dictadores y dictaduras, sobre Hitler y el III Reich, surge la siguiente pregunta: "¿Sería posible que en la Alemania actual ocurriese algo parecido a lo que ya ocurrió en el pasado?" Al señor Wenger se le acaba de ocurrir una idea. Acaba de nacer La Ola.

En un principio, sólo fue un experimento, un trabajo de clase. Se trataba de mostrar a los alumnos el significado de la autocracia de forma práctica, que pudiesen ver cómo crear la idea de grupo, la de disciplina y diferencia respecto de los demás no era algo del pasado y, además, era admitido de buen grado por una comunidad. El experimento estaba resultando todo un éxito. Los alumnos se sentían involucrados en el proyecto, colaboraban. Su actitud, en clase y en sus vidas, estaba cambiando. Sin embargo,
La Ola comenzaba a ser otra cosa. Algo muy distinto (o no) a lo que el señor Wenger había planificado.

De esta película, además del mensaje claro y directo de lo fácilmente manipulables que somos todos cuando sentimos la necesidad de pertenecer a un grupo y de buscar su amparo para llenar nuestras vidas, me llama la atención el personaje del protagonista, el profesor Rainer Wenger. Toda autocracia necesita un líder. Y los delirios megalómanos de cualquiera de nosotros siempre van a estar dispuestos a ser encumbrados por un grupo. Nada tan tentador como el poder.

Está en el cine. Merece la pena. También aquí.



Nota: observad el instituto alemán. ¿A cuánto estamos de eso? ¿Por qué nuestros lugares de trabajo se parecen más a cárceles que a centros educativos?